El parque está lleno de pequeños con sus madres. Gritos, llantos, peleas por juguetes ajenos que, al tener un color diferente, son mejores que los propios. Entre los infantes, le llama la atención uno que abandona la pala de plástico y se encamina, gateando, tras un insecto. Después de varios intentos se sienta y lo aplasta con sus torpes dedos. Ha sido divertido, a por otro. La madre del explorador narra al corrillo de adultas el " problema de sociabilidad" de su vástago de 2 años. Es rubia, indumentaria de marcas conocidas, perfume discreto, suave, caro. Mientras parlotea, ignora que el enanito ha encontrado un nuevo reto, la fuente. La intrusa, que conoce la escena, se acerca al rebelde, lo toma en brazos y lo posa en las piernas de su madre, que le palmea en el pañal y recrimina al niño por su mala cabeza.
Al volver a sentarse en el banco, se agolpan los recuerdos de adolescencia. La etapa negra.
El momento que decide cambiarse el peinado. Hacerse la raya al medio y dejar que su larga melena tape por completo la cara. Pantalones rotos y camisetas tres tallas mayor. Deja de hablar, de dar explicaciones sobre sus entradas y salidas, no participa en nada que tenga que ver con la familia. No se identifica con ninguno de los habitantes de aquel planeta que llaman casa. No fuma, ni bebe como el resto de los compañeros, como su padre. No sigue lo que hace la mayoría, más bien al contrario, si la mayoría ve esta película o lee tal libro quiere decir que es malo, no es para ella. Tiene millones de preguntas y ninguna respuesta, centrando el desprecio en aquellos que tiene más cerca. Su madre, cuya mayor virtud es la de elevar a calidad de insulto la palabra " amor" y su padre, al que no le preocupa nada que no sea dotar de alfalfa al ganado producto de sus fornicaciones. ¿ Que esperar de dos seres que vegetan en vez de vivir?. Meses de discusiones e insultos hace que la envíen a un internado de señoritas. ¡ Señoritas!, ¿ hay algo más cursi?. La idea de abandonar aquel lugar infecto, repleto de parásitos, le ilusiona. Es un paso hacia adelante, una salida de la topera en la que vive. Exige la laicidad del establecimiento y, como duda de que sus progenitores conozcan tal palabra, acude con ellos a la visita con el director. En septiembre se irá, por fin.
No encaja en ningún lugar, con ningún grupo. Existen dos claramente diferenciados. El primero, las chicas populares que han visto todos los capítulos de Hanna Montana y demás seriecillas americanas que reproducen al pie de la letra. Su mayor rebeldía consiste en subirse las faldas del uniforme para enseñar algo más de muslo y provocar las iras del director imbécil que se daba por aludido. No importaba la colección de siluetas de penes exhibidas en la pared de la "líder" ni el trato vejatorio al que sometían a algunas pacatas e inocentes chicas nuevas para pertenecer al grupo de las "Monagirls". Le escandalizaban los muslos y tirantes de sujetador.
El segundo grupo, era el de las "intelectuales" que eran igual que las primeras pero más abyectas que sus enemigas pero con el rollo " yo soy intelecto". Cargantes, engreídas, poco leídas y con un rancio " femme libérée" nauseabundo. Las " solares" se reunían a las 8 de la tarde en una especie de club social con libros de filosofía bajo el brazo y sus gafas de sol. Lo de las gafas, imagino que era para protegerse de tanta iluminación, de ahí el mote.
Recuerda el día que, con 16 años, sube las escaleras del instituto arrimada a la pared del descansillo. Ve como marchan cada uno de los profesores y alumnas, como se comportan entre ellos y como los desprecia a todos y cada uno. No soporta sus caras, sus risas, sus ademanes, sus frases, sus justificaciones.
Se convirtió en la "looser", le encantaba aquel apodo. La liberaba de toda acción positiva o esfuerzo por pertenecer o agradar. Su lugar favorito para esconderse era la cocina. Allí no aparecía nadie más que la cocinera y su familia, que vivían en una caseta pegada a ella. Dos muchachas y un muchacho de unos 30 años que limpiaban, acarreaban y cortaban comida a cualquier hora del día. Fuese la hora que fuese en la cocina siempre había alguien que ofrecía una taza de chocolate caliente. Quizá por que nunca esperó nada de ellos, se encontraba muy a gusto. La que más le gustaba era Nadine, la hija mayor. Una muchacha obesa con muy mal carácter. De 4 palabras sobraban 3. Cortaba cebollas a una velocidad vertiginosa y mientras, se quejaba de " la puta mierda de las jodidas lloronas" ¡ Qué versatilidad, que facilidad de verbo, que maravillosamente insultante y rotunda. Y en diferentes idiomas!
Al principio, Nadine creyó que bajaba a reírse de ella hasta que se dio cuenta que no, que le ocurría lo mismo que a ella, no le gustaba nadie. Jamás hablaron directamente, lo hacían a través de terceros, solo se sentaban, se servían chocolate o probaban el estado de la comida. Con el paso de los días se atrevió a pelar patatas, cortar las oignonas malditas y aprendió a cocinar cosas sencillas, hasta que alguien le fue con el chivatazo al director, bautizado para siempre como " ossobuco" y le prohibieron la entrada en aquel lugar. Fue un verdadero torpedo en la línea de flotación. No le había dado tiempo a aprender el rico lenguaje de la que sería su inspiración.
Decidió, entonces, dejarse una perilla como la de Nadine. Compró maquinillas, jabón y se afeitó durante un mes con la esperanza que la pelusa se convirtiese en barba. Diariamente buscaba algún indicio negruzco, en vano. Se centró en las piernas, pero tampoco. Frustrada por el fracaso, se convenció de aquella ralea de pedantes había urdido un complot para hacerle la vida imposible. Ninguna de sus ideas, de sus refugios, servían para nada. Adoptó el lenguaje abrupto de su antigua camarada y ante la exageración en su uso, fue llevada ante el psicólogo. ¡ Que gran triunfo!. Un necio, fanático evangelista que encontraba en Jesús cualquier verdad posible, y ciertamente fue así. Por fín tenía a quien escandalizar. Se empleó a fondo en su propósito, ella no tenía ningún sentimiento religioso y las parafernalias moralistas le asqueaban de tal manera que tomó aquello como un buen trabajo.
Las visitas al psicólogo eran diarias, allí debía hablar de lo ocurrido durante el día y siempre era inventado y exagerado. Su irreverencia, la total falta de empatía con aquel curita pajillero le llenaba de satisfacción. Se dio cuenta que lo que interesaba al mequetrefe eran los devaneos sexuales ( algo complicado en un lugar apartado y sin hombres) así que comenzó a contar lo mucho que le gustaba que un hombre la apuntalase a una cruz con la única sujeción de su miembro o como el altar de la capilla era utilizado para mantener sexo oral entre ellas. Las principales abastecedoras de ideas eran las " monagirls" que la surtieron con un par de vídeos pornográficos que fueron memorizados para satisfacción del cretino encargado de su salud mental. Nunca conoció la razón por la que aquellas sesiones tan divertidas acabaron de pronto.
Debía encontrar otra actividad para matar el tedio de aquel lugar, allí se convenció que el mundo estaba repleto de papanatas, estómagos agradecidos, chupatintas y mierdecillas y ella era el único bastión de verdad y cordura. Era miembro de un lugar de los llamados "elegidos" y no entendía la razón, ni profesores, alumnos o personal de servicio destacaban por algo especial, eran del montón, fans de cualquier grupo de quinceañeras, gritones y lerdos. Solo destacaban las clases de como hacer un perfecto té al estilo inglés, algo de máxima utilidad en la vida cotidiana. Se convirtió en una alumna sobresaliente, algo normal con la cantidad de tiempo muerto y el nivel intelectual del resto del ganado.
La biblioteca, que siempre le había gustado, estaba tomada por la cuchipandi de las "solares". Apenas aparecía por allí ya que tenían la santa manía de interrumpirla con disertaciones esquizoides sobre la trascendencia de la mujer en la sociedad. Eran memas hasta el dolor. Ella no era una mujer, era una persona, un humano nacido con vagina y tetas pero que no se diferenciaba en nada del resto de los pensantes. Odiaba las etiquetas ya que solamente se etiquetaba la mercancía, animada o inanimada, por eso su afición a poner motes a aquellos que despreciaba. Tanto libro de filosofía bajo el brazo y no se habían enterado que el mundo es mucho más que masculino o femenino, blanco o negro. Aunque actualmente todo parecía negro y profundo en aquel pozo en que se había encerrado voluntariamente.
No fue hasta Navidad cuando conoció a la que le mostraría una luz. Anita, una mujer de 80 años, amante del té, con una vida narrada a través de la historia europea, una persona que sabe escuchar, preguntar y conversar, alguien con la suficiente caridad, comprensión y paciencia como para acercarse exitósamente a un león hambriento. Hablaba con las manos, los ojos, el cuello, la boca, le gustaban las personas expresiva pero no estridentes. Las gafas en la punta de la nariz era su seña de identidad más característica. En su juventud fue camarera, tendera y finalmente dependienta de farmacia, lugar en el que aprendió a mezclar sustancias, escuchar y detectar males mayores que los físicos. En la muchacha detectó alguno que otro.
Escuchó todo lo que la joven quiso contar, le mostró autores, pensadores. Respondía a todo, incluso lo que desconocía con frases recurrentes como : " Ni idea, corazón. Lo mejor de la vida es no saberlo todo e ir descubriendo poco a poco" A su regreso al cuartel, mantuvo una intensa correspondencia con aquella nueva y única amiga. Fue ella quien la convenció para quedarse en aquel antro clasista, que aprovechase todo lo que le enseñasen y volviese a casa para, cuando la oportunidad aparezca, viajar. Conocer otros países, otras personas le daría muchas más respuestas y grandes satisfacciones. Algunos meses después, Anita dejó de escribirle algo que ella entendió como la muerte de la anciana. Una amiga no desaparece de la noche a la mañana si no es por una razón de peso, la muerte es la mayor razón que se le ocurría.
Finalizó aquel curso y regresó al infierno menor de lo que llamaban hogar con la promesa interna de llevar a cabo los planes de Anita y abandonarla antes de un año. Seguía aborreciendo a los borregos que decían llevar su sangres, pero esta vez, en silencio y rebajando el color de su rebeldía, pero no el del empeño.
Al salir del parque, la intrusa no tiene claro a cual de los grupos pertenece la boba rubia e insípida madre ¿ a las monasgirls?, ¿ a las " solares"?. Sonríe y decide homenajear su año negro con lo más útil de este mundo. Un té al estilo inglés
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