lunes, 6 de enero de 2014

Diarios de locura: Fabio.



La necedad, el error, el pecado, la tacañería, 
Ocupan nuestros espíritus y trabajan nuestros cuerpos, 
Y alimentamos nuestros amables remordimientos, 
Como los mendigos nutren su miseria. 


 Recuerdo la primera vez que fui consciente de la presencia de Fabio. Aquel hombre encorvado, sucio, con una maraña de pelos canosos, profundos surcos en la piel que acariciaban la portada de un libro roto. Está sentado, alejado de la fila que espera la apertura del comedor mientras se recrea en la lectura.
Desde el otro lado del mostrador, despierta mi curiosidad. El turno de comida se terminará en unos minutos y sigue absorto. Pasa las hojas con la delicadeza de un restaurador. Una mueca, en forma de sonrisa, descubre que no es tan mayor como parece. Me acerco con un plato de comida, una cuchara y un trozo de pan. El olor del guiso lo inunda todo y sus ojos se convierten en vapor que dirige el plato de comida hasta la mesa más cercana. Me siento frente a él. Callada, observo la coreografía entre el libro, el plato, pan, cubiertos, la meticulosidad del remangue de una, dos, tres camisas. Leo el título: Les fleurs du mal. Comienzo a preguntar sin obtener respuestas hasta que recuerdo alguna parte que es contestada con una perfecta y automática  pronunciación. Sonrío mientras acerco mi mano a la portada, rechazada con severidad. No ha levantado la mirada del plato, la cuchara sigue el rumbo trazado y el libro se ha acercado más a su dueño que termina, se levanta y se va.


La mañana siguiente transcurre de manera idéntica a las otras pero esta vez no ha venido, ni la siguiente,ni la otra. Pregunto a algunos de los habituales y ninguno sabe de él, es un hombre particular, de mal carácter, dicen. Parece que no cuenta con muchos amigos, aunque por aquí no se estila mucho eso de la amistad.

Se me ocurrió comprar el mismo libro esperando así, descifrar la incógnita sobre su vida. ¿Como ha llegado hasta aquí? Pasan los días y un cierto desasosiego me invade, no da señales de vida y ha transcurrido una semana. Me pongo en contacto con hospitales y otros comedores de la ciudad. Ninguno lo ha visto, ninguno sabe que existe.
Ha transcurrido un mes y Fabio, mi Fabio, reaparece en la fila del comedor con su libro, camisas y arrugas. Se ha cortado el pelo y afeitado. Ha rejuvenecido, pero han aparecido marcas ocultas en cara y cuello. Una mezcla de alivio y alegría me embargan. Me acerco a darle la bienvenida con una enorme sonrisa, que desde luego no es bien aceptada. Mira fijamente al mostrador, mi lugar, el que me corresponde.
 Al sentarse, voy a la misma mesa con mi comida y lectura, imitando sus rituales. En el misma posición, con el mismo cuidado, en el mismo silencio. Cuando intenta acercarse al libro doy un puñetazo en la mesa, sin levantar la cara del plato, sin gestos ni palabras. Maldice durante 10 minutos con una voz atiplada, casi chillona. Termino mi almuerzo, me levanto y me voy dejando el libro con una nota: " pour le diable"
Después de unos días repitiendo la misma rutina se presenta.
Su historia es como tantas: trabajo, pareja, rutina asfixiante. Una mañana se encontró solo, salió a buscar al amor perdido y espera que ella le haga saber que ha vuelto para regresar a casa. Han pasado 6 años.
A medida que hablamos Fabio ha ido creciendo y tomando posición del lugar. Si alguien protesta él le recrimina. Ha dulcificado el carácter y encontrado como ayudar, lee a todo el que quiere escuchar, recoge sillas, se encarga de que los platos vuelvan a su lugar, barre. Acude a diario antes de la apertura, se sienta en una esquina y lee, lee, lee en silencio hasta que el bullicio lo devuelve a la realidad. Nos habla de sus años en el extranjero, de como sobrevivió 15 días perdido en una montaña canadiense, de su vida embarcado, de la ventana que se ve desde el escaparate del comedor. Aquella era la habitación de ambos pero ella aún no ha llegado, no ha visto luz desde entonces. En sus palabras no se aprecia dolor, tampoco amor. Simplemente narra. Solo cuando recita alguna parte del libro puedes entrever atisbos de pasión. 
Hoy a amanecido nevando. A pesar de ser mediodía la temperatura no ha subido y empieza a amontonarse la gente en la puerta. Decidimos abrir antes y que así se puedan refugiar del frío. El ruido es, por momentos, ensordecedor y encargamos a Fabio que mantenga un cierto orden e intente calmar los ánimos. Ha organizado una especie de juego en el que todos participan de buen grado, si por las risas lo medimos.
La mañana transcurre en buena sintonía. Se ha servido sopa caliente y alguno de los voluntarios se han sumado al corrillo en torno nuestro Fabio y sus relatos cuando aparece Marco, nuevo, joven, extranjero, exultante de energía que nos inunda con voces, bachata y pasos de baile.

Algunos increpan la actitud del bocazas lo que provoca la displicencia del muchacho. Se encara con dos y les muestra los puños. Con la retirada de estos se envalentona y comienza a insultar la virilidad de toda la concurrencia. Fabio le ordena silencio a lo que responde con un ataque directo. Levantado ya de la silla, zarandea al muchacho que intenta propinarle un puñetazo. Fabio lo agarra por el cuello con una mano mientras, con la otra, le muestra un punzón. Desde el mostrador lo llamamos para que deponga su actitud pero no escucha. Su cara está desencajada sus ojos, fijos en los del amedrentado joven, cuentan la vida de aquel hombre.
Salto la barra que nos separa, mientras grito su nombre, le hablo pero no sabe que estoy a su lado. El muchacho va cayendo por la presión, mientras se orina y llora. El punzón se ha clavado en la garganta mientras espera  un perdón que no llega, imposibilitado por el terror. Esperando sacarlo de su inmersión le toco el hombro.Tan solo consigo un acto reflejo volviendo su arma hacia mi garganta, rajada de izquierda a derecha. Ha sido mi cuerpo, cayendo sobre él, el que le saca del trance.
 Frente al charco de sangre, gritos y carreras. Escucho a lo lejos los alaridos de aquel viejo mientras la policía lo golpea para poder reducirlo. Ahora, con el silencio, puedo centrarme en el sonido de la ambulancia acercándose. Con los ojos abiertos no acierto a ver a las personas que se arremolinan a mi alrededor.


4 comentarios:

  1. No tengo comentarios de momento,demasiado insulsos,sería insultarte,decirte que me parece demoledor me suena a eso,a insultarte con palmaditas en la espalda,cuando quiero expresar algo más que no puedo...quizás por el momento,el mio por supuesto,quizás porque todo suena cuando leo lo que escribes,ME SUENA...y duele claro está.De momento lo dejo en un ABRAZO...

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    1. El día que tengas comentarios escribirás una obra maestra, Miguel. Me encanta que "te suene". Gracias

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