Hoy, a las 3, tenía hambre. Caminaba rápido hacia el coche pensando en
qué habría para comer. Amenazaba lluvia, también y, además, recordé que
no le puse ticket al coche, aparcado en zona azul. Lo cierto es que
nunca lo pongo. Me parece un timo pagar por aparcar en la calle. No, no
soy solidaria con los impuestos del ayuntamiento. Que le den al
ayuntamiento, al alcalde y a todos los reyezuelos que lo rodean. Pero
tenía hambre, mucha. Y comenzó a lloviznar de esa manera tan estúpida
que tiene la lluvia de caer, lamiendo. Corrí porque no me quería
mojar. Tan sólo podía pensar en chuletón y ensalada, en bacalao con
ensalada, en paella y ensalada. Porque me apetecía muchísimo una de
granada, mango, lechuga, tomate y espárragos. Pensé en llamar y
preguntar, pero corría porque llovía y tenía hambre. Lo vi aparcado al
final de la calle, cuesta arriba. Qué ascazo de ciudad, que todo queda
cuesta arriba y no hay cómo avanzar sin que te moje este escupitajo
desganado. Ojalá haya hecho carrilleras o secreto o el pollo ese, que le
sale tan bien. Y allí estaban, en medio de la acera, a las 3 de la
tarde, con la lluvia que caía, el hambre que hacía y la poca prisa que
tenían. Dos dibujos animados comiéndose la boca con ganas, con dulzura.Y
desaparecieron el hambre y las prisas y la lluvia y el ticket y el
parquímetro y las penas, al verlo a él. Esas gafas de pasta y pelo
rizado.Ese grano con piernas y boca y lengua y traje negro de camisa
blanca. El chapón desagradable de la clase abrazando a aquel abrigo
verde chillón de no más de 15 años. Acariciando su pelo y cogiéndose de
la mano tras la risa nervios. Pero ella me vió y me dio vergüenza estar
allí, haberlos visto. Me avergonzó que lloviese y que el coche estuviese
tan lejos y miré para otro lado, pero no sirvió de nada porque me
sonrió y le devolví, esta sonrisa que mantengo mientras escribo ésto.
Fíjese usted, que al leer su relato también me ha entrado hambre y al imaginarme a sus dos personajes fundiéndose sin prisa en un beso, me he acordado de unos caracoles que solía comer justamente en Sevilla.
ResponderEliminarEl subconsciente suele hacer maldades por eso, entre el hambre que despertó en mi su relato y lo subrepticio de ese beso, que no viene a ser otra cosa más que chupar babas, me han venido a la mente estos caracoles tan ricos.
JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA
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