Cuentan que en
la antigüedad, en el lejano norte, duendes y hadas no aunaban esfuerzos para
mantener el equilibrio en la tierra ya que las hadas se empeñaban en mantener la luz del día con su
polvo mágico pero solo conseguían despertar al sol durante 2 horas, lo que no
era suficiente para que árboles y flores creciesen fuertes y sanos. Los duendes, sin
embargo, eran sirvientes de la luna y trabajaban duramente bajo
su mandato limpiando las estrellas y haciendo que la noche durase meses
completos, pintando todo de negro y llamando a las nubes. La noche imperaba y
mantenía el manto blanco de la nieve como única iluminación posible.
Eydir es un hada
joven y trabajadora con poderes especiales ya que el polvo de sus alas es el
más resistente de toda la colonia. Organiza a los animales y en su zona es
donde el sol calienta más y donde se oculta más tarde. Siempre intenta abarcar
un poquito más de territorio, pero ella sola no puede hacer mucho más.
Ingirós es el
hada madre, sabia, tenaz, dialogante y una gran admiradora de atardeceres, tan
escasos.
Abatida y
cansada, Eydir llega al acantilado en el que vive Ingirós para quejarse.
"Así no se
puede mantener la vida, debemos llegar a un acuerdo con los duendes."
Eydir conocía la historia de como siglos atrás
Ingirós se había adentrado en el territorio de la noche para contactar con
Einar el gran guerrero y gobernante de los duendes. Su fama de duro e
inflexible era conocida en todas partes, así como que se encontraba cómodo
entre enfados y disputas, por lo que ni se le ocurría otra manera de vida que
no tuviese que ver con la noche. Su escaso conocimiento del resto del
territorio hizo completamente infructuosa aquella intentona. Dos días atrás
había llegado la notificación del cambio de gobierno de los duendes. Einar
finalmente se había convertido en roca y buscaban un nuevo candidato. Ingirós
creyó que era tiempo de intentarlo de nuevo. Eydir era fuerte y convincente.
Seguro que entre las dos tendrían alguna oportunidad.
Se adentraron en
territorios inhóspitos. Rocas y nieve, ni una brizna de luz ni de hierba
hallaron en su camino, solo oscuridad. Debían encontrar el árbol negro que
había sido expuesto al fuego de los volcanes. Se decía que sus raíces eran tan
fuertes que se mantendrían en pie más allá de los tiempos nuevos. Después de
dos días de recorrido al fin
vislumbraron un destello extraño. A 14 pasos del árbol encontraron a Baldur, el
guardián. Un duende diferente por su enorme halo en la espalda, era conocido
que los duendes eran seres oscuros y hoscos. Se presentaron y hablaron con
respeto solicitando audiencia con el nuevo gobernador para darle la enhorabuena
y tener una buena vecindad. Eydir vislumbró una sonrisa en la cara del guardián
y acrecentaba la esperanza de buen entendimiento al ver como eran conducidas
ante el mandatario sin dilación alguna.
En la sala de
los rizones habían habilitado unos bancos muy cómodos, que aprovecharon las dos
maltrechas visitantes para descansar y adecentarse. Eydir preguntaba y
preguntaba a una Ingiros que no hacía más que poner su dedo en la boca pidiendo
un poco de silencio. Sabía que los duendes no eran seres que amasen la palabra,
ni siquiera se hacían demasiadas preguntas. En sus novecientos años, solamente
conoció a uno que se apartaba de aquella norma y dudaba mucho que lo dejaran
acercarse al árbol.
Escucharon los
pasos de sus anfitriones y mientras se ponían de pie y terminaban de limpiar
sus alas, Baldur anunció el nombre del nuevo gobernador.
.-“Señoras, les
presento a Olafur, presidente de los duendes y sabio del árbol negro.”
Ingirós no podía cerrar su boca de asombro. Olafur
era el duende amigo que la ayudó en la recepción con Einar el guerrero. Era el
duende que le había preguntado por el trabajo de las hadas, aquél que se había
preocupado por su bienestar hasta salir
del territorio de la noche. Con una enorme sonrisa en la boca, Olafur cogió las
dos manos de Ingirós y la invitó a sentarse a su lado en el banco de la sala.
Baldur, por su parte, llevó a Eydir a conocer las diferentes salas del reino
dejando que los dos viejos amigos charlasen y se pusiesen al día en lo
importante.
Cada una de las
hadas presentó a su anfitrión el motivo de la visita, expusieron su
preocupación por las nieves perpetuas y la noche cerrada, por el imperio de la
fuerza y la sinrazón. Los animales apenas subsistían en aquellas condiciones ya
que los árboles no daban fruto ni la hierba crecía lo necesario. Hadas y
duendes trabajaban sin cesar sin un
momento de descanso .Con la unión de ambos podrían tener día y noche en la
misma cantidad, dejando que la naturaleza se manifestase en todas sus
estaciones y dando momentos de ocio para todas sus criaturas.
Allí mismo, sin
mas compañía que los rizones quemados del tronco eterno, los cuatro comenzaron a urdir el plan para el inicio de
la vida. Olafur acortaría los turnos de trabajo de los duendes, momento que
aprovecharían las hadas para iluminar durante más horas la tierra. Pero ¿como
llevarlo por todo el territorio?... ¿como hacerlo duradero? Las alas de las
hadas no eran demasiado poderosas. En las mejores condiciones abarcarían 8 horas de luz y el reparto debería ser
equitativo, mismo tiempo de noche y día. La joven hada optó por poner a sus
ayudantes, las libélulas, al servicio de la causa ellas serían el transporte
que las llevaría a acceder al territorio que los duendes fueran dejando vacío.
Baldur se invitó a ayudar para extender la luz
cuando llegase su tiempo de ocio (allá por el medio año). La unión de los
poderes del hada y el halo del duende, haría que durante unos meses la noche
durase 2 horas y así el reparto sería equitativo.
A cambio de esta ayuda, los duendes obtendrían
a las luciérnagas y así acostumbrar los
ojos de los duendes a la luz paulatina, facilitándoles también el trabajo.
Con aquella
promesa en firme, las hadas volvieron a casa y extendieron la noticia por todo
el territorio, dando órdenes exactas de cómo y donde comenzar el plan. Poco a
poco los días comenzaron a ser mayores y cuando el sol calentó suficiente, la
nieve se convirtió en agua, regando la tierra e inundando los valles. El manto
blanco se convertía en verde, amarillo, azul… los colores se extendieron por el
mundo, los arbustos dieron fruto y los duendes, ociosos, comenzaron a llevar el
polen de unas flores a otras. Las libélulas descansaban y se alimentaban para
ayudar a las hadas en su vuelo para ir llenando de luz cada vez más territorio.
Durante los meses séptimo y octavo Eydir y Baldur unieron sus fuerzas y consiguieron lo que
nunca se había visto, que el sol se mantuviese más allá de las 24 horas y lo
llamaron el sol de media noche.
Como símbolo de
colaboración Ingirós y Olafur reinaron en el árbol negro, que se convertía en
marrón cuando sus ramas reverdecían y hacían que las hojas dieran la sombra
necesaria para contemplar el resultado de un trabajo bien hecho. En la época de
noches y días iguales, los dos mandatarios contemplaban los atardeceres desde
el acantilado de Olafur. Ambos se ocuparon de que todas las criaturas fueran
escuchadas en sus necesidades y obtuvieran el mínimo necesario para que la
naturaleza siguiera su curso normal. La
vida había comenzado y ni siquiera la caprichosa luna protestó ya que
tuvo el tiempo suficiente para lucir su belleza a todo aquel que quisiera
contemplarla.
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