Llevo toda la vida intentando adaptarme a vivir en sociedad, seguir sus normas, encajar pero no sé qué pasa que no puedo. Siempre me sale todo al revés. Cuando era niño me esforzaba en sacar buenas notas, ser obediente, hacer lo que se debía. Estudiaba horas y horas y el resultado siempre daba cuatros.Todos los veranos tenía que estudiar para septiembre y ahí aparecía el cinco, que era toda una hazaña y en mi casa se celebraba como una matrícula de honor. Cuando tuve algo más de edad, ahí por los 16, y en vista de que no tenía talento para los estudios me emplearon en una fábrica de corchos. No tenía que hacer nada más que ver que todos fuesen del mismo tamaño y juro que me fijaba, me fijaba tanto que me dolían los ojos y entonces me quedaba dormido. Yo argumentaba mi inocencia ante el mal trabajo de los otros, pero a los 2 meses me echaron. Fui de trabajo en trabajo y lo que mejor se me daba era hablar con la gente, así que me metieron de camarero. Se me daba tan bien, tan bien, que en los 15 días que duré, conseguí en propinas lo mismo que en sueldo. Tenía un tío que trabajaba en la banca y me dijo que me emplearía de botones si me metía por las noches a estudiar finanzas. Ya ves tú, finanzas para ser botones, pero como no encontraba otra cosa, así lo hice. En el banco abría las puertas a las señoras, llevaba café a los jefes y a los ricachos con los que se reunían en los despachos y por las noches,a eso de las 7, me iba a estudiar. Era bien fácil, la verdad, creo que de tanto escuchar en el banco algo se me quedó y me saqué el título ese mismo año. Se lo llevé a mi madre que, de orgullosa, lo mandó enmarcar y lo colgó en el salón al lado de un bodegón de esos con botellas, quesos y frutas . Estoy convencido que eso marcó el resto de mis días. Trabajé allí 15 años, siempre haciendo lo mismo, ellos lo llamaban ordenanza, y allí hasta me eché novia.. Yo era el encargado de cerrar y ella siempre esperaba hasta que todo el mundo se marchase. Era una chica preciosa y muy lista. Follábamos por cualquier rincón y a cualquier hora, sin importarnos nada más. En las mesas para los clientes, en los despachos... así que cuando la preñé, tuve que casarme con ella, pero lo hice por que quise, ¿eh? no me obligó nadie. Me gustaba tanto follármela. El problema fue cuando nació el niño. Mira que me salió guapo, fue por las ganas que le pusimos en todo, por que los otros dos no salieron igual de gallardos y buenos mozos. La parienta ya estaba liada entre pañales y comidas, yo mucho tiempo libre y la maldición de mi madre y ese título junto al bodegón, hicieron el resto. Una noche llegué a casa y no había nadie. Decidí no hacer nada apresurado, siempre que lo había hecho salía mal, así que esperé y pensarlo bien.
Ella volvió 4 años más tarde, cuando me habían echado del banco y estaba de guarda nocturno, pero no era lo mismo, no era la misma. Me dejó una mujer activa, huesuda, de rizos zainos y me encontré a una redonda, mandona, de cabellos dorados y gafas enormes. ¿Qué debía hacer, negarme? Ahora, por lo menos, follaba y sin pagar.
Veinte kilómetros al oeste del Gulag 6, en la ciudad de Vorkutá, encontramos el hotel Gornyak. Es una edificación de cuatro alturas que abarca una gran superficie. La entrada principal muestra una estancia amplia con un mostrador de madera de aspecto antiguo y detrás unas cortinas beige con cenefa de flores que esconden una habitación trasera. A la derecha, un ascensor pequeño concebido para que quepa una silla de ruedas y poco más. A su lado las escaleras pulidísimas y frente a ellas un enorme ventanal desde el que se ve la carretera. A la izquierda chisporrotea una chimenea con sendos sofás negros y una enorme alfombra tapando un precioso suelo de madera desgastada con un barnizado tan grueso que se podría patinar sobre él. De la puerta contigua cuelga un cartel con el dibujo de una chica sonriente acercándose una cuchara a la boca y caracteres cirílicos. Es un hotel pequeño, con pocas camas, las suficientes para no necesitar trabajadores externos, todo pertenece a la familia Gólubev. Él, Dmitry, es rubio, ojos pequeños y de un azul cristalino, 1,80 de altura, manos grandes y activas, como todo su cuerpo. Lo encontramos sacándose las botas nevadas en el cuarto tras las cortinas. Mientras intenta ponerse unos zapatos secos, nos hace un gesto amistoso y llama a su hijo. Si no fuese por la diferencia de edad juraría que es su clon. Mismo porte y eficacia pero con la grata diferencia de su buen nivel de inglés. Pedimos las mismas habitaciones ocupadas en primavera y confirmadas a nuestra llegada a Moscú, avisando de un intervalo de dos semanas y dos días para ocuparlas, quizás por eso y que apenas hay huéspedes, solo dos habitaciones están listas. Las disculpas de Mijaíl tocan algún resorte tras la cortina que vuela delante de dos mujeres, una de ellas, la más joven, es Anna, la madre. Grande como un camión y de modales exquisitos que, con cara de circunstancias intenta disculparse, lo que impide la otra, enlutada hasta las arrugas y una enorme melena amarillenta al viento que, con un manotazo en la espalda la hace correr escaleras arriba.
Ayer me tocó deshacer el salón. Envolver adornos, vaciar cajones, guardar libros, desmontar muebles... No es la primera vez, pero nunca como ahora. Esta casa estaba escogida para durar, había sido buscada, mimada y decorada para mucho tiempo y me sentía orgullosa y a gusto en ella. Una mudanza siempre es un latazo, nunca fuimos caracoles, aunque yo siempre me he considerado gato callejero, tengo facilidad para hacer y deshacer maletas, la costumbre, imagino, aunque nada mejor que esto para darte cuenta de la cantidad de cosas que tienes. Cajones llenos de "¿que es esto?,¿ porqué lo habré guardado?" He encontrado fotos antiguas, de antes de inventarse. Nací con televisiones, microondas, secadoras, ordenadores, microchips y coches de 5 marchas. En la época de los colores, abundancias y derechos civiles, no sé por qué me gustan tanto las fotos en blanco y negro quizás por que me llevan a un mundo imaginado, distinto. Al mundo que me contó mi bisabuela, con 7 años, donde no había coches, ni lavadoras, ni neveras y la gente se trasladaba en carretas por calles adoquinadas, caminaban hasta el río para lavar y salaban o ahumaban para conservar. En mi mente era un mundo sordo, donde la gente hablaba en voz baja, cuando lo hacía, y las escopetas eran las reinas de la casa. Mi bisabuela, una mujer con bigote, osca y enlutada, que solo me contaba historias para callarme y la dejase tranquila. La mujer que vivía en la casona de un pueblo de la Galicia interior, rodeada de campos, animales y un orinal. ¡Mira que me gustaba el aparatejo aquel!. No supe, hasta años más tarde para que servía, aunque me encantaba el nombre no lo relacionaba con la utilidad. Lo encontré bajo su cama, enorme y altísima. Había que trepar para llegar arriba. Cuando te ponías de pié crujía, pero en esa casa todo eran ruidos, crujidos y ecos. No podías dar un paso sin que te escuchasen. El día que aparecí con el susodicho se montó un pequeño revuelo y, enseguida, me lo quitaron de la mano, haciéndome prometer no volver a tocarlo jamás. Me pareció una especie de joya, ya que pasaba lo mismo con las medallas que mi bisabuelo había ganado en la guerra, por morirse. Aunque oliese todo a humo, moho y purines animales, tenía su encanto, sobre todo poder comer uvas de fresa del racimo colgado. Lo que más me llamaba la atención eran los animales. El cerdo era enooooooooorme, dos veces yo y olía fatal. En mi cabeza, los cerdos eran iguales a los perros, del mismo tamaño y con la misma actitud, y aquel estaba gordo, encerrado y con las orejas caídas, Los conejos eran raros, blancos y con los ojos rojos. No había mano que los tocase si no era experta. eran unos bichos nerviosos, huidizos, muy distintos a los que yo conocía por la tele o desde el coche. Las vacas eran de lo más imbécil, todo el día sentadas y rumiando. Las gallinas eran otra cosa. No podías meterte entre ellas por que el gallo te atacaba, daba unos picotazos tremendos, peores que los de las ocas, que también experimenté años más tarde. Me gustaba tocar los huevos, calientes y frágiles y darles de comer era precioso. Aquella mezcla de maíz y pienso era devorada a los segundos, evidentemente, era por que las gallinas eran aves rapaces. No sé que habrá sido de aquel lugar, ni siquiera sé si sabría llegar a ella. Qué habrá pasado con los millones de barriles, cuchillos, azadas, hoces o tijeras y con aquella piedra con agujero, decían que era para moler, pero por el agujero cabía enterita.
Cuando abro el cajón de encima, todo cambia. Dos mundos, dos vidas. separadas por diez centímetros.
Es curioso el valor que le damos a una cuchara o un trozo de papel roto, nadie más que uno sabe qué y para qué sirven y, aunque no los vea, están ahí, cerca. Tengo unos cuantos recuerdos de podredumbre, de torpedo en la base de flotación, gusanos aletargados. Ellos me trajeron hasta aquí. Recuerdos de huida, el escape de un cuerpo purulento y mente enferma buscando culpables en cada lugar, en cada paso, en cada respiración. ¡Que asco de vida!, si se puede llamar así a aquello. No ha habido nada peor, en mi, que la ofuscación. Intentar encontrar respuestas a cualquier precio y en cualquier lugar hasta llegar a donde siempre, a mí misma. Temí reír, amar, tocar, sentir cualquier cosa que me demostrase que merecía algo distinto a lo buscado. Arriesgué y lo mejor fue que ese riesgo lo que me hizo sentir, volar, me puso un poro en tierra que cruzó una línea tan pequeña y sutil que ni me di cuenta que cruzaba. He de reconocer que he tenido suerte,y pese a mis tendencias apocalípticas, siempre encontré alguien peor que yo y me hacía dar marcha atrás y mantener el equilibrio. Que bonitos palabros equilibrio, equidistancia, como si existiesen... o quizás sí. Yo solo he encontrado consuelo cuando comencé a respetar las decisiones de otros, siguiendo caminitos que me mostraban y me gustaban. Está bien eso de desaprender e implicarte. Hace 5 años que estoy en esta ciudad, aunque parecen muchos más.
Ahora toca hacer listado de libros para no duplicar y ya veré a quien le encasqueto las plantas. Mañana se llevarán todo esto y viviré, durante unos días, entre paredes pintadas con cercos, estancias vacías y, desde luego, la caja del morbo se queda aquí. Algo bueno tenía que tener una mudanza.
"Él no piensa en mi, no piensa en mi. Le importo una mierda, no siente ninguna empatía hacia mi, Claro, se va a casa de su mamaíta... Siempre tengo que pedirle las cosas, no piensa en mi". Un mantra que repite agazapada en la esquina de la terraza. El corrillo de mujeres, mientras, debate sobre posturas sexuales, vídeos de youtube o anécdotas banales que carcajean sonoramente. El tiempo es cálido, de finales de verano, aunque en la terraza siempre hace frío que combaten con café colectivo. Ella, siempre, se queda atrás. Se han colocado al lado opuesto mientras sigue entretenida liando un pitillo, con los pocos recursos que le quedan y el mantra que nadie escucha. Todas hablan de ella, es causa de risas y extrañeza.
Las observo desde la oficina donde se imparte el curso, 15 mujeres de distintas edades, posiciones sociales y conocimientos. Desde el primer día sobresalió porque despista. Nunca sabes de qué habla y si haces el esfuerzo de entenderla, todo termina en el absurdo y a menudo, en aburrimiento. Melena negra atada con una trenza hasta la mitad de la espalda. Su seguro y fuerte tono de voz habla de su origen vasco, del que se enorgullece. Concienciada y amante de la ecología ha dejado el centro de la ciudad por una vida en pareja y una casa, medio en ruinas, con un huerto que trabaja a diario y del que sueña vivir. Una especie de hippie-pija-sin concretar que mezcla objetos, ropa, palabras y conceptos sin aparente orden. Ha trabajado de limpiadora, operaria de montaje, colocando ropa en grandes tiendas de moda, explotada por etetes... "Siendo un número, solo un número". Pese a la enorme distancia con el resto de sus compañeras, se muestra dispuesta, amable, conciliadora. Acoge bien las bromas sobre su persona, quizás por que no detecta la crueldad con que se dicen..., tal vez, aunque sus tiempos de descanso los pasa, mayoritariamente, apartada o contándonos sus teorías y tristezas. Habla de sus razones para intentar aprender algo que, a tenor de las preguntas, resulta incomprensible para su cerebro. No diferencia venta de compra, cliente de proveedor, cuando sumar o multiplicar, la inicial seguridad de su voz desaparece ante un razonamiento lógico.
Perdida en el mundo de los números, convierte dudas en su propia historia familiar y así, como sin querer, habla de un padre rudo, de un hermano que no la acepta y una madre que la alienta, cansada de escuchar la misma historia día tras día. Sabe que no encaja y se esfuerza en demostrar sus conocimientos en otras materias, hundiéndose cada vez más. Ha memorizado algunos conceptos pero, por alguna razón, es incapaz de conectarlos y aplicarlos a la vida real. Aunque ha hecho un curso de ayudante de laboratorio, ignora que el yogur o el queso se hacen con leche. "Creí que eran suero". La palabra es su fuerte, que no la comunicación, ni la concreción, pero sí su maravillosa escatología. Sus deposiciones, sudoraciones, reflujos gástricos o mucosidades son narrados detalladamente cada mañana con la mayor naturalidad y como si de una tesis doctoral se tratase.
Está convencida que existe una regla no escrita que dice que una no es madre hasta que habla y enseña las fotos de sus vástagos. El avanzado embarazo de una de ellas hace que sea un tema recurrente intercambian experiencias y demostraciones de como educar, castigar o conseguir la perfecta convivencia. Escucha, asiente y siempre termina con la misma frase: "se presiona mucho a las que no tenemos hijos además, eso une mucho a la pareja". Las protestas de algunas la enmudecen, aunque en los días siguientes volverá a repetir las mismas palabras. Un nacimiento inesperado ha causado un enorme revuelo en las asistentes y en los días siguientes nos inundamos de recolectas y regalos para la nueva mamá. Dos días después aparece con un bolsón repleto de mermeladas caseras, leche infantil, pañales y biberones. En sus pechos se adivinaban discos protectores para la lactancia y, ante la pregunta de un posible embarazo convierte su seriedad perpétua en rictus resignado:"No". A sus treinta y pocos años adivinas un anhelo que no se cumplirá ahora.
Suelo de madera que cruje con cada paso, salón cubierto de sábanas almidonadas, que cambia cada semana, y sillas por todos los rincones. Huele a lejía, mucho, muchísimo. Es bajita, enjuta, arrugada, con su sempiterno uniforme azul marino -falda y jersey de manga corta para el verano o falda, jersey de manga corta y chaqueta para el invierno-.Va de un lado a otro, como si tuviera prisa. Desnuda la mesa del comedor y las sillas, doblando, minuciosamente, cada una de las telas. Se sienta, al rato se levanta, va a algún lugar y vuelve a sentarse. Estoy cinco minutos observándola, sin hablar, esperando a que pare y algo agotada de tanta actividad. Pregunto por su salud, se acerca a la mesa y posa sus manos. Dos cepos grandes y enrojecidos que no pegan con su constitución pequeña. Dedos deformados, gruesos, sin apenas uñas, manos ásperas, agrietadas. Enseña las palmas callosas, amarillentas y se queja de que ni con lejía se va el
¡Joder! y ahora se pone a llover. Tengo que irme de este banco, ya empiezan a mirarme. Hostias, normal, llevo aquí 3 horas. Estoy hasta los huevos, hasta los cojones de la tía de dios, no la soporto. Ni a ella ni a la puta de su madre. ¡Vieja zorra de mierda!. ¡Facha malnacida!. ¡Pobrecita, la puta viejecita!. ¡Avara asquerosa!. Y la otra, la imbécil, agradecida y sometida. Si no fuese por el niño. Bueno, el niño vivirá bien con la madre y su abuela. Los niños son supervivientes natos, se adaptan a todo y tan pequeños ni se enteran.¡¡ Me cago en dios, joder, que estamos en navidad!!, ¿no se le pudo ocurrir otro día para que le diera el arrebato? Está loca, es igual que la zorra vieja de su madre. ¡Puta yonqui de mierda...! A ver que hago ahora. Tienes que ganar tiempo, piensa, piensa. Has salido de esta en más de una ocasión y ahora no va a ser diferente. La puta hostia, solo dos maletas y pesan a dios. Para que luego diga que no tengo nada. Dos putas maletas, eso tengo, mis dos putas maletas de siempre. Ella volverá a llamarme, volveré de nuevo, no me dejará tirado, volverá a aceptarme. Sé como hacerlo, solo hay que darle un poco de tiempo. Esto no es nuevo para tí, solo tienes que ganar tiempo, como siempre. Mi madre... no, mi madre no puede ser. Hace demasiado que no doy señales de vida, le debo dinero y sé que lo pedirá. Tendré que dar demasiadas explicaciones y luego está lo del niño. ¿Como podría explicar lo del bebé? Sabe que ella no era Patri, sabe que esta es otra y también el bebé. No sé como hacerlo colar. Piensa, piensa, piensa, tú puedes, sabes hacerlo. Has salido de esta en más de una ocasión. Joder, con esta maldita lluvia. Ya le vale a la tipa esta. ¡Cagonlaputa, me está viendo todo el mundo, joder!. ¿Y si me voy a la estación? Allí puedo disimular mejor y pensar. Si, a la estación. Allí puedo llamar y ver qué hago. Piensa, piensa, piensa, joder, piensa, tú sabes. Vales la hostia tío, tienes que ganar tiempo, ganar tiempo. Solo unos días y volverá a llamarme. Igual que le pasó a Sandra, hasta que se metieron sus padres por medio. ¡Joder con los putos padres y sus niñitas!. ¿No las dejarán vivir en paz? ¡Siempre igual, joder!. ¡Siempre igual!. Tienen unas vidas de mierda hasta que llego y les abro los ojos. Soy lo mejor que se han encontrado en su vida lastimosa y vacía. Vidas de mierda es lo que tienen y yo les doy lo que quieren. ¡Alegría, joder! Solo busco una familia. Y se lo creen todo, no ven más que la pasta. Sandra, joder la Sandra. La niña bien a la que ni dios tenía en cuenta hasta que llegó el español. No se pavoneaba ni nada, la jodida. Le daba caché, presumía como un puto pavo real delante de sus amigos. Tanta titulitis, tanta carrera y tanta mierda y no tienen ni puta idea de por donde les llueve. Gilipollas. Llego yo, con dos libros y sabiendo qué decir y a tomar por el culo, todo dios en el puto bote. Panda de borregos. Realmente con Sandra estuve bien. Vivía como dios, la verdad. Una buena casa, una buena cuenta corriente, el niño... y las putas fiestas, joder ¡¡¡qué fiestorros!!! Todo el puto fin de semana de coca y alcohol, ¡qué cojonuda es la coca! Y el puto dealer queriendo tirarse a mi mujer. No le partí la cara por que no soy de esos, pero un repaso le dí, no la volvió ni a mirar. Puto cabrón de dealer. Tenía una coca cojonuda, la mejor que he probado nunca. La de aquí no es tan buena, la cortan con talco o con la mierda esa del yeso, menuda basura. Sabe a gasolina pero para un día, sirve. ¿Y la Carlita? mucha tele, mucha actriz, mucha "mi amiga del alma" e intentaba tirarseme, la muy zorra, delante de mi mujer, de la Sandra, ¡de su amiga, coño!. La suiza, esa si que no le hacía ascos a nada. Era una puta máquina. La pierna escayolada y , la cabrona, en cuanto le enseñaba el pollo, era una liebre. Jodida suiza, estaba buena, la tipa. Pena que fuese con cualquiera por un gramo. Esa tía seguro que acaba mal. No me molan esas tías, no son nada de fiar. Yo tenía que estar con la puta Sandra, joder. Allí se estaba de puta madre, hasta que el subnormal aquel me hizo firmar los putos cheques. ¿A quién se le ocurre meter en la cárcel a alguien por una mierda de cheques sin fondos? Puto país de mierda. Aquí no pasa eso, cojones. Aquí todo dios firma cheques y no pasa nada. ¿Como iba yo a saber que por algo así te enchironaban? Y la malnacida de Sandra... ni preguntaba de donde salía la pasta con la que llevaba su vida de señorita. Mira que le dije veces que debía ponerse a trabajar, pero no. Ella quería cuidar de su hijo. Mi hijo, joder. Mira que es listo, el cabrón. ¿Cuantos años tendrá ahora, 14, 15? Bueno, cuando tenga 18 querrá venirse a España y le contaré toda la historia de cómo sus abuelos me lo quitaron todo y me obligaron a salir del país. Hijos de puta,se deshicieron de mí, hasta la patria potestad me quitaron. Eso no se hace, joder. Todo por unos putos cheques sin fondo. Si me llega a tocar aquella loto, entonces la cosa hubiera cambiado. Un puto timo, eso de la loto. Un millón de pesos y ni un solo número acertado. Eso es imposible, joder. Estadística pura. Pues ni un maldito número. Fue cojonudo lo de la loto. Cuando lo pienso me descojono... soy la hostia. La verdad es que hice algunas gilipolleces, porque con la pasta podía haberme comprado algo aquí, pero tenía que pagar la deuda, joder. Soy la hostia. jajajajajaja, soy la hostia. Mira que quise a Sandra. Le enviaba todo lo que ganaba en España y la hija de puta ni por esas quería venir.¡ Y pedía más!. Será cabrona... Cuando mi hijo tenga 18 años, le contaré la historia y se pondrá de mi parte, sabrá que su padre siempre lo quiso. Fueron sus abuelos y su madre los que me separaron de él. Le hablaré de sus hermanos, bueno, mejor de su hermano, de este. A este lo conocerá y vivirá con nosotros, porque esta me va a llamar, me va a pedir que vuelva. Seguro. Seguro. A ver, tío, piensa. Se te va a hacer de noche y llueve, joder. Tendrás que tomar una decisión. A mamá no. Piensa, piensa, piensa. Todas las putas viejas son iguales. Se meten en todo. Cuando Patri y yo tuvimos que irnos a vivir a su casa, no podía verla y ahora, que se volvió a su país, la adora. Me hizo la vida imposible, la vieja de mierda. Pues ahora, que sufra, joder. Qué sufra un poquito, que nos las hizo pasar jodidas y a la pobre Patri, la masacró. Si era una santa, joder. Un poco cortita, si, pero una santa. Mira que me quería, la Patri. Dos años hace que se fue y sigue llamando, esperando que nos reunamos y seamos una familia. Fue una putada lo de la niña, yo quería tener a esa niña, pero no pudo ser. Vino como dios lo de la muerte de su viejo. Por fin, un viejo útil, coño. Era imposible la convivencia. Los tres en la misma casa y con la niña en camino, no. No podía ser. Y luego vino esta, no estaba en los planes que se quedase embarazada, pero bueno, qué le vamos a hacer. Lo tuvo y yo me hago cargo de él, soy un buen padre. Me encargo de todo. Lo baño, le doy de comer. Soy un buen padre, el niño me adora y es por algo. Los niños son listos. Este no puede arrebatármelo. Este no, joder. Este va a salir bien y luego, cuando el mayor pregunte, vendrá y le hablaré de sus hermanos y lo entenderá. La niña estará bien con su madre. Los niños pequeños se aferran a la vida, y más los de ciertos lugares. Se agarran al útero materno como fieras y nacen fuertes y sanos. Será una negrita preciosa. Correrá descalza, con sus rizos y su carita sucia, pero estará bien, su madre se encargará de ella. Estará bien. Joder, la vieja, la hora que es y no está en casa. ¿Se habrá marchado de viaje? No, igual está en casa de alguno de sus hijos, estamos en navidad. Si, va a ser eso. Joder. Es que menudo diita se le ocurrió a la tipa para largarme. ¿A donde quiere que vaya? ¿Qué más dará si lo que sabe de mi es verdad o mentira?. Soy yo, joder. Soy yo. Soy un buen tío, como dice mi madre, soy todo amor. Por eso me pasó lo que me pasó con la rumana. Me usó, la muy puta. La traigo para acá, le busco un curro, le hago la mudanza, acojo a sus hermanos y a su sobrina y cuando todos están situados, me da la patada. Hasta el calentador reventó, joder. Si no cabíamos en mi piso y no dije nada. Y luego van y me acusan de robarles. Ni un puto euro pusieron y eran seis, seis joder. Todo cristo a mi cargo y ni un puto euro y ella, se pone de su parte y se larga. Me usó, la hija de puta.Piensa, piensa, piensa.Ganar tiempo, ganar tiempo, ganar tiempo. La verdad es que, desde siempre, solo mi madre me ha entendido. Ella sabe que solo quiero tener una familia, solo eso. ¡Lo que tiene todo el mundo, coño! Por algo soy su hijo, cuela por todo. Ya se me ocurrirá algo para contarle, al final siempre traga. Serán unos días, los suficientes para arreglarlo todo y que se le pase el berrinche a esta. Seguro que llamará, seguro.
En estos días escuchamos la tremenda noticia, procedente de un país africano y musulmán como Sudán, sobre una mujer condenada a morir ahorcada cuando, el hijo que espera, cumpla los dos años. La razón de tal atrocidad ha sido su decisión (voluntaria o no) de renegar de la religión paterna y aceptar la de su esposo. También nos sublevamos cuando nos muestran a mujeres multivioladas y posteriormente asesinadas, en la India, ablaciones en países africanos, el mercado sexual de Cuba o Tailandia o los burkas de musulmania entera.
Camino por la ciudad vieja, entre baldosas levantadas, olor a orín, casas desconchadas y calles desdentadas porque antes, ahí, había un edificio. Solo sé que tiene más de ochenta y carece de familia que le acompañe en lo básico. Me recibe Zaida, una voluntaria joven, que limpia la casa, trae la comida o le acompaña al médico. Mi única misión es escuchar. Me dirige al salón y allí, sentada frente al ventanal, me espera Marina. Pelo corto, maquillada, sonriente y preciosa, estira los brazos para darme la bienvenida. Mide poco menos que yo y huele a perfume. Tiene unas gafas de pasta que realzan sus ojos vividos y se saca para las fotos. Habla, habla, habla sin parar y se apura a enseñarme la casa. Camina con dificultad, arrastrando los pies, le ofrezco mi brazo y lo toma entre sonrisas mientras comenta: "Igualita que mi Ángel". Es una vivienda de 2 habitaciones, cocina y baño amplios y un salón muy luminoso. Los muebles, antiguos, hablan de una vida anterior acomodada, así como algunos adornos de plata (confiesa que ha vendido los mejores). Le alabo la casa y agradece el gesto.
Existen humanos que viven al margen de la ley y las normas, humanos que mantienen una forma de vida milenaria, animista y chamánica. Un grupo numeroso de pequeñas tribus que, en su origen, salieron de Mongolia tres milenos a.c. con una lengua y una estructura religiosa por la que se rigen actualmente. Esta diáspora se ha extendido en todas direcciones. Podemos encontrar indicios en La India, Turquía, Hungría, Alaska, Canadá, Groenlandia, Finlandia, Suecia, Noruega, Ucrania, Letonia, Lituania y por supuesto, diseminados por toda Rusia. Los Khantv, Mansi, Nenet, Kamas, Nganasan, Enets, Selkup... son todos nómadas Ugric y Samoyedos, que en el primer trayecto han interactuado en la vasta Siberia mixturando unas creencias y lenguas con otras propagándolas por los lugares de asentamiento. Aquí nos centraremos en los rusos occidentales, Los Nenet.
Tengo
una nueva amiga, aunque no sé si nos volveremos a ver. Se llama Marta y
tiene 6 años. Por casualidades, esas que ocurren, coincidimos en el
mismo lugar y hora, ella con su colegio y yo conmigo, mis cascos, mis
músicas y mis lios. Los que me conocen saben de mis obsesiones y mi
forma de ver lo que me gusta. Me doy tiempo, todo el que necesite. Soy
de las que se sienta a ver un cuadro y, si se tercia y lo tengo a mano, ponerme música para acompañarlo. En esta
ocasión era algo que me encogía personalmente y en ese encogimiento me
encontró Marta. Yo no la vi, ni siquiera sabía que existía, ni que
pasaba por allí, no escuché el ruido de una clase en un museo pero, para
mi suerte, ella sí se fijó en mí. Vio que unas lágrimas caían de mis
ojos, suficiente para apartarse de su grupo y besarme. Su manita cálida,
suave se paseó por mi mejilla en varias ocasiones y aquella ternura
inesperada, aquella carita de pena intentando consolarme sin saber qué
ocurría, no hizo más que incrementar el llanto y estrujarla de un
abrazo. Mientras le contaba que no era tristeza lo que veía su
profesora vino a arrebatármela, no sin antes preguntarme si éramos
amigas. No conozco a nadie mejor para ello.
Acabo de despertar y no estás. He dormido tan bien que ni me enteré cuando te fuiste. Me revuelco por la cama, todavía mantiene el calor y olor de tu cuerpo. Ya te echo de menos. Debería levantarme y desayunar, hacer algo, aunque no me apetece pero quedarme en cama sola no tiene sentido. Desmonto las sábanas y cuando termino vuelvo a dejarme caer de espalda en el colchón. Adivino un cielo plomizo a través del vaho de la ventana y este silencio ... ni coches, ni personas , ni viento. Mi cerebro me adentra en una bola de cristal, de esas en las que todo es medido, estático a no ser por la mano que mueve la bola para hacer caer la nieve. Imagino al mundo como una de esas bolas, enorme y el cristal la atmósfera. Gira y gira a una velocidad de vértigo pero para nosotros imperceptible, como imperceptible es el tiempo hasta que ha pasado, imperceptible para la nieve que no cae si no la agitas. Suave, reposada rotación como el vaivén de nuestros juegos, de tu respiración al dormir. Mecida en ese pensamiento me despiertan los timbres de unas bicicletas. Me incorporo y voy a la ventana. La limpio con la mano para poder ver a la pareja que pasea por la carretera de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, jugueteando entre la llovizna. Han desaparecido los coches, la gente. Solo dos bicicletas entre las aceras ajardinadas usando sus timbres para despertarnos. Es una imagen conocida, una fotografía en blanco y negro de hace 100 años o quizá doscientos, trescientos o miles de años, de antes que se inventaran las bicicletas, de antes que se inventase nada y el hombre pasease por el mundo en busca de un refugio y algo de comida. La imagen de la búsqueda del otro no importa la situación, la esclavitud, el dolor, la riqueza o la locura. Cuando lo encuentras desaparece todo, ya nada es más importante. Y te conviertes en el rey y yo en el corazón del león.
Vivimos una media de 80 años, casi los mismos que hace de las tumbas colectivas de los judíos en el holocausto. Montañas de cuerpos, despojos de piel y huesos masacrados, gaseados, tiroteados ¿por ser qué? Encontrados como montones de ropa vieja, pero donde el pijama era de mayor valor que el cuerpo y le era arrebatado para el nuevo que llegaba. Imagen que se repite en Camboya, Argelia, China, Rusia, El Congo, Las Cruzadas, El impero romano ... así hasta llegar al Homo sapiens acabando con el Neandertal. Y si es ése nuestro objetivo? Ser las botas, el pantalón o la chaqueta para el nuevo, que empuja para cambiar lo que no cambia ni cambiará jamás por que la historia se repite una y otra vez y no nos damos cuenta hasta que ha pasado.
Entro en la cocina y leo tu nota y me preparo el desayuno y la vuelvo a leer. El zumo de naranja sabe más dulce con el sonido imaginario de tus palabras y releo de nuevo y cada vez es una caricia, una sonrisa , un beso. Y si tú fueras mis zapatos o yo tu pantalón? No lo sé , ni lo voy a pensar. Solo sé que me siento como los antiguos conquistadores, investigadora de pieles y suspiros, embajadora de besos y manos, doctora en tiritas y oídos sordos, comedora de cerebros y patatas. No voy a ducharme, no quiero, voy mantener tu olor el mayor tiempo posible y quizá así se me vaya esta añoranza y si no lo consigo saltaré a la calle y el bullicio aparecerá de nuevo y compraré pijamas, rayas, bucearé entre cordilleras de pellejos humanos, pústulas sanguinolentas y negreros resabidos hasta que tu sonrisa me encuentre y todo desaparezca.
Anheta es una mujer jovial, vigorosa,vivaz. Ojos que han empequeñecido por el paso del tiempo, arrugas en la comisura de los labios de fumar. Lleva toda su vida soñando con ser amada, reconocida o simplemente entendida. Se casó muy joven escapando de una familia que la ninguneaba o así lo sentía ella. Tercera hija de cuatro hermanos vivió en un mundo de y para hombres y eso forjó su carácter fuerte, decidido. Conoció al que ahora es su marido y en seguida hicieron planes de vida, hasta que su embarazo volcó rápidamente todas sus aspiraciones y se cambiaron por otra vida en común. Durante muchos años adoptó el papel de madre y esposa, tirando del carro de la vida de un hombre bueno, pero que casi nunca estaba a la altura de las circunstancias. Un hombre que confundía querer con seguir, que necesitaba que le explicasen como y cuando hacer. cuando querer, cuando escuchar, cuando salir y como entrar. Los primeros años transcurrían plácidamente, incluso algunos planes se cumplían, como aquella visita a Sevilla cuando la nena tenía apenas tres años y llenó sus vidas durante varios años, recordando y hasta mejorando los acontecimientos vividos. Tenía un compañero de vida, de batallas, alguien que escuchaba y asentía y ella entendía como comprensión. Los años pasaban y Anheta sentía que no era escuchada que hasta la nena, que se hacía mayor, tenía mejor vida que la suya. Aún así, mantenía la sonrisa de su cara.
Aquella navidad llegó a la conclusión que, tras 25 años de convivencia, se había convertido en almeja. Se había quedado, no sabe ni cuando ni como, varada en la playa mientras la arena la había ido tapando hasta hacerla desaparecer por completo. Pasaban las olas, las personas, los años y seguía varada sacando la lengua de la concha para alimentarse y tomar consciencia de vida.
Escuchaba callada, oculta, las conversaciones ajenas, notaba las pisadas a su alrededor y muchas veces deseó ser encontrada entre la arena. En un arrebato sacó los pies y comenzó a caminar dejando, al compañero de tantos años sentado en la playa, esperando que le dijese donde escarbar y encontrarla.
.- "Aquí, busca aquí". Fue la última vez que hablaron.
Allí se quedó, el buen hombre, haciendo un agujero, buscando no sabía exactamente qué, por que ya no tenía quien le dijese qué encontrar..
Kiev, Caracas, Bangkok, anteriormente las llamadas "primaveras árabes"... todas tienen en común revueltas de ciudadanos que luchan por la derogación de un gobierno. Manifestaciones pretendidamente "espontáneas" que terminan, en muchos casos, con varios muertos y cientos de heridos. Peligrosos subversivos para los patriotas y héroes para los simpatizantes y asonantes. Todos estos lugares, que en su gran mayoría son para nosotros lugares en el mapa, nos cuentan que tienen gobiernos con un grado de corrupción tal que la protesta está justificada. Nos identificamos, automáticamente, con el horror de las imágenes sin saber muy bien qué ocurre realmente o quienes son los verdaderos motivadores de tales desmanes, pero da igual donde ocurra, siempre hay cierta conexión.
Durante años, en Europa, nos hemos visto como pacíficos, tranquilos, educados, civilizados, donde tales asonadas no podrían ocurrir ya que son cosas del pasado y somos países con un sentido de la democracia, real. Pero últimamente ha llegado, al sur, el fantasma de la pobreza, de la insidia, de la indignidad. Fantasma que nuestros gobernantes, desde todos lados, se han apresurado a poner nombre y apellidos. Ellos, los que vienen de afuera, los que no quieren trabajar, los que no tienen nada que perder porque nada tienen. Y poco a poco van señalando a los siguientes en la lista, los parados, los pensionistas, los dependientes, todos aquellos que viven de sueldos sacados de nuestros impuestos y que perjudican nuestra forma de vida, nuestro futuro, nuestro presente, nuestra democracia. Muchos dudamos de estas afirmaciones y pensamos que es la corrupción del estado, que también vive de nuestros impuestos, lo que nos lleva a estas situaciones. Que nuestros políticos preserven los intereses de otros y no los nuestros, nos indigna y nos pone, inmediatamente, en la picota para querer retirarlos para poner a otros.
En los últimos meses escucho a personas recitar de memoria "el estado es una institución de hurto a gran escala, ya que nuestros impuestos sirven para que políticos roben a sus ciudadanos o los dilapiden de manera vergonzosa". Sin dejar de ser cierto, es importante saber que el autor de esta cita es nombrado hasta la saciedad por la otra parte, el poder. "Los servicios útiles que presta el gobierno, que están monopolizados por este, podrían ser suministrados en forma mucho más eficiente y moral por la iniciativa privada". ¿ Les suena?. El autor no es otro que Murray Rothbard, filósofo anarcocapitalista (bonito palabro que se ha inventado) que sostiene, entre otras cosas, que el hombre, en su natural ejercicio de la búsqueda de la libertad, tiene derecho a la propiedad privada y que es el estado el que merma ese derecho. Todo esto como si libertad y capital fuesen sinónimos y no antónimos. La teoría que nos han vendido y hemos comprado sin problema, es que pagamos impuestos para que los más débiles puedan ser arropados por el estado y tengan sus necesidades cubiertas, pagamos impuestos para tener servicios para todos, independientemente de su nivel económico. Todos creemos que esto debe ser una máxima, una obligación gubernamental y algo que la iniciativa privada jamás haría. El problema viene cuando se entiende que el dinero público no es de nadie, porque nadie es la consideración que tiene el poder sobre el pueblo, nadie que importe más que para la manutención del mismo poder, de sus consignas, sus productos y a su servicio. Lo que el poder nos da el poder nos quita, ya que nunca ha dejado de ser de su propiedad. Pues bien, detectamos que el gobierno no nos sirve, que es corrupto, que está al servicio de otros intereses y lo muestran de manera descarada, chulesca. Vemos que todo el estamento político, desde lo más alto hasta los representantes de los pobres (sindicatos), están marcados. Aún así, seguimos empeñados en que sean los otros los que tomen las riendas. Quizá equivoquemos nuestras iras, quizá luchamos contra el poder que el poder ha puesto, es decir, el títere. Ese siervo bien pagado que es la política, al que tomamos como blanco de nuestras iras por que tienen cara, nombre y están ahí por nuestra voluntad y que al cambiar por otros, en un alarde democrático y de transparencia, creemos modificar algo pero, ¿es así realmente?. El poder es el mayor lujo que uno pueda obtener. Significa estar por encima del bien y del mal, tener a alguien que obedezca, cuantos más mejor. No es para todos, no es democrático. Se puede creer que se accede al poder a través de la política, del reconocimiento público, confundimos fama con poder, pero lo que siempre reconocemos es a la economía. Sabemos que sin economía no hay poder posible, ya que el verdadero poder, el que está por encima de todos ellos es el Económico. Es éste, el que pone y quita gobiernos, el que hace fuertes a los partidos y los arropa con publicidad, medios de comunicación, el que dicta directrices, crea crisis y las arregla, crea leyes, territorios, corruptelas, hambres, muertes, dioses, revoluciones e ilusorias democracias. El poder es el sistema, el Sistema capitalista en el que vivimos y al que ninguno podemos renunciar porque ha creado la tela de araña perfecta. El poder es intocable y por lo tanto perdurable. No importa nada más que el beneficio que proporcionamos al poder, cuando eso no existe somos prescindibles. Nos han dado el dinero para acumularlo y acceder a la propiedad privada, la ilusión de que cuando más atesoremos, más nos parecemos a la idea que tenemos del poder, una estupenda estafa piramidal. Lo peor de todo esto son los muertos de esas revueltas, los héroes, la sangre, que no sirven para nada más que para tener al poder entretenido, que cuando estos (le llamaremos derecha) no son útiles tenemos a otros para sustituirles ( pongamos izquierda) y son los huérfanos, las viudas, los amigos y compañeros de los muertos los que participan más activamente en esta alternancia. Una vez me contaron que para terminar con un árbol enfermo no solo es necesario arrancarlo de raíz si no tratar, también, la tierra que lo alimenta para que crezca, a partir de entonces, sano. Sabemos que eso, tal y como está todo esto estructurado, es imposible. Lo único que nos queda es detectarlo, saberlo y movernos en el estadio que nos ha tocado por nacimiento, escondernos entre la masa y ayudar para que haya las menores bajas posibles.
Desde niña soñaba con ser invisible, pasearse por la calle y que nadie le saludase, le preguntase. Desde su nacimiento había notado la diferencia con el resto de lo que estaba instaurado. No había hecho la primera comunión, ni siquiera había pisado una iglesia en lo que llevaba de vida. Aquello, que podría parecer normal en cualquier lugar, era tomado como un acto revolucionario y peligroso en una sociedad catolitizada hasta el extremo. En el colegio se levantaba cuando preguntaban cuantos de los alumnos habían pasado el trámite de la hostia consagrada y, pese a su corta edad, daba explicaciones y hasta enumeraba los regalos que le habían dado en día tan importante. Tampoco tenía grandes dotes para hacer amigos, por lo menos no de los buenos, con los que se compartían secretos ya que tenía prohibido dormir en casa de nadie o que nadie fuese a dormir a su casa, pese a tener habitación propia al ser la única fémina, no así sus 4 hermanos, que compartían habitación en unas preciosas literas, algo que siempre le pareció divertidísimo.. Vivía en un piso pequeño, de apenas 50 m., sin agua caliente, ni teléfono, ni televisor, solamente la radio hacía que en aquel lugar entrase algo distinto de las protestas infantiles o las palabras de los padres. Música de Machín o Los Panchos y la letanía de las 5 de la tarde del programa de La Francis, una mujer que daba consejos de sumisión y buenas costumbres y que su madre escuchaba atentamente apostillando con algún comentario. Los fines de semana, siempre aparecía algún amigo del padre, se sentaba en la parte del sofá que no estaba hundida y se le servía una cerveza fría con cacahuetes, aquellos que no les dejaban ni tocar a los hermanos por que estaban destinados a las visitas. Olían tan bien! habían convertido en juego la búsqueda de alguno de aquellos granos olvidados entre las cáscaras marrones, lo que a la madre ofendía y evitaba tirando a la basura los desperdicios para terminar con aquella práctica tan poco elegante. Finalmente mandaba a los niños a jugar a la calle con la excusa que los mayores debían hablar de "sus cosas", que siempre hacían en voz bajísima.
Ocupan nuestros espíritus y trabajan nuestros cuerpos,
Y alimentamos nuestros amables remordimientos,
Como los mendigos nutren su miseria.
Recuerdo la primera vez que fui consciente de la presencia de Fabio. Aquel hombre encorvado, sucio, con una maraña de pelos canosos, profundos surcos en la piel que acariciaban la portada de un libro roto. Está sentado, alejado de la fila que espera la apertura del comedor mientras se recrea en la lectura.
Desde el otro lado del mostrador, despierta mi curiosidad. El turno de comida se terminará en unos minutos y sigue absorto. Pasa las hojas con la delicadeza de un restaurador. Una mueca, en forma de sonrisa, descubre que no es tan mayor como parece. Me acerco con un plato de comida, una cuchara y un trozo de pan. El olor del guiso lo inunda todo y sus ojos se convierten en vapor que dirige el plato de comida hasta la mesa más cercana. Me siento frente a él. Callada, observo la coreografía entre el libro, el plato, pan, cubiertos, la meticulosidad del remangue de una, dos, tres camisas. Leo el título: Les fleurs du mal. Comienzo a preguntar sin obtener respuestas hasta que recuerdo alguna parte que es contestada con una perfecta y automática pronunciación. Sonrío mientras acerco mi mano a la portada, rechazada con severidad. No ha levantado la mirada del plato, la cuchara sigue el rumbo trazado y el libro se ha acercado más a su dueño que termina, se levanta y se va.