martes, 24 de mayo de 2016

Nunca sabrás cuanto te quiero.




Ayer pasaron muchas cosas, pero muchas, muchas, muchas. Todas ellas irrelevantes y banales si las comparamos al resumen telefónico de Hulk, la película. La cosa es que un padre mata a la madre cuando quería matar al hijo. El niño, cuando se hace mayor y debido a ese recuerdo reprimido y unos rayitos gamma, se enfada tanto que se pone verde e hincha como un globo, algo que sólo el amor calma y lo devuelve a la razón. Todos quieren hacerse con el poder de la ira, de la sinrazón, del odio y la venganza, hasta el ejército, que logra encerrar al prota en un barreño de agua gigante para pincharlo e investigarlo. El final llegó cuando el padre, que apareció tras años de olvido, también se apuntó al robo de la ira del hijo, logrando hacerse con él y morir, así, de sí mismo. Y es que no se rompieron la cabeza los guionistas, seguro que cuando eran niños hicieron explotar a más de un sapo, que también morían de sí mismos. 
Lo bueno, es que me hizo recordar "el amor incondicional de los padres a sus hijos". Ese de cuando te postulas para acompañar a tu padre al médico y la cita es a las 10, pero hay que ir con tiempo, así que a las 8 te está llamando por teléfono porque llegas tarde. Subes a los niños al coche, recoges a tu padre, que no entiende qué hacen los niños en el coche porque tendrás que dar un rodeo enorme para pasar antes por el cole y soltar lastre. Ya en la sala de espera te cuenta las maldades de un facultativo que no le hace el caso debido, por su avanzada edad. Se te calienta la sangre y al entrar a la consulta deseas que el muchachito se pase un poco para sacar el lobo que llevas dentro. Y lo sacas, ya lo creo... Sales en defensa del oprimido, del débil de tu padre que te deja, al segundo, en evidencia ante el opresor y dejas de entender, te tragas la rabia, el honor  pero sólo te pones rojo. A la salida sabes que te va a caer la del 15, encima, pero no dices nada. Dejas que el viejo se explaye y te diga que él no te educó así, que esas malas maneras no son forma de ir por la vida. Aprovechamos la vuelta para pasar por la farmacia, donde tu padre recoge las medicinas que le da la gana, no las necesarias, porque el médico no tiene ni idea y lo que le ha recetado tiene muchas contraindicaciones y le van a fastidiar la vista y por ahí sí que no pasa. Intentas hacerlo entrar en razón, recordarle lo que los otros cinco médicos,  que consultó días atrás a cien euros la visita y has pagado tú, dijeron y su coincidencia. No sirve de nada, porque él ha hablado con su amigo Matías, que tiene un amigo al que le habían recetado lo mismo y le fue tan mal que murió a los dos días, camino del hospital. Ahora explica tú de qué murió le amigo de Matías.
Vamos al super a hacer la compra antes de que los niños salgan del cole y de paso compramos para papi. Que si la leche de calcio para su edad, que si los yogures de la tele para ir al baño, que si esta marca de nueces, que si el queso light, que si el aceite no es el de antes, ni los tomates, limones, patatas...; el "hija no sabes comprar", que para qué compras eso, que no comas tanto pescado que tiene anisakis pero compra estas hamburguesas que son de casa y buenísimas, etc, etc. Al llegar la caja la cesta está tan mezclada y se ha hecho tan tarde que claro, con su mísera pensión, lo mezclas todo, pagas y cargas con ocho bolsas hasta el coche, mientras dejas a tu progenitor discutiendo con la cajera por el precio de las bolsas plásticas. Con los brazos muertos por el exceso de peso, regresas al super, recoges el bastón del suelo y te las ingenias para ir sacando a tu padre poco a poco, imperceptiblemente, mientras señala con el indice a la cajera, a una señora de la fila y al reponedor de la sección de droguería. Ya en su casa, guardas cada cosa en su sitio, aguantas sus quejas y tras ver diez veces el reloj escuchas "Vete ya, ingrata, que ya sé que los viejos molestamos. Ya me haré algo de comer, aunque no sé qué". ¿Resultado? lo invitas a comer y te lo llevas a casa. Cuando has encendido la tele, le has subido el volumen para que se escuche en todo el barrio, has ido cuatro veces a ver a "esa chica tan mona" y conseguido guardar la compra, te das cuenta que te has olvidado de la mitad y no puedes hacer la comida. Intentas negociar con él para que no te acompañe y vuelves a oir su  "Desde luego, hija, cada día eres más desastre. Yo no he olvidado nada, para que digan que los viejos perdemos memoria. Vete, anda, vete y no tardes que luego en vez de comer parece que merendamos". Entras como una exhalación, coges lo estrictamente memorizado y buscas la caja menos transitada. No sé por qué pero siempre pasa lo mismo, basta que tengas prisa para que te metas en la más lenta. Al llegar, ves que tu padre se ha puesto cómodo, se ha servido un vino, abierto unas aceitunas y cortado algo de fuet dejando la cocina como un campo de batalla, y tras recoger se ha hecho tarde  para cocinar lo previsto y decides dejar cociendo patatas para un puré porque lo primordial es recoger a los niños. De camino, tu padre te hace partícipe de su temor a que los rusos invadan España, igual que ha pasado en Ucrania, te recuerda dos marcas de aceitunas mejores que las tuyas, que estaban muy saladas y la sal acaba con las arterias. Protesta por lo rápido que camino y lo mucho que hace que no ve a sus nietos, el Carlos y la Lourdes, "Lurdes, papá". "Pues eso es lo que yo he dicho, LO-UR-DES"
 

 
Y salen como potros salvajes, gritando, pidiendo, llorando, contando, como cotorras chillonas, que Alberto Monzón le cogió el lápiz y le rompió la punta, que Sergio Otero le pintó la mochila, que las sandalias de Cecilia Romero son preciosas y quiere unas iguales, que uno de tercero salió de clase y se fue a fumar al baño, que van a hacer una excursión para fin de curso y tengo que colaborar con el Ampa... ¡Y una mierda! (con perdón) es lo que me faltaba, ponerme a hacer manualidades con esa panda de chalados. ¡Ni muerta! Y es que cuando elegimos este colegio ni nos acordamos del Ampa, estaba cerca de casa, punto y ahora pagamos las consecuencias. Cargada con dos mochilas, dos chaquetas, el bastón, mi padre agarrado a mi brazo y con un ojo en los niños para que no se desmanden, rebusco en el bolso las malditas llaves de casa, que se esconden. Siento a mi padre en un banco, suelto el bastón, las mochilas, las chaquetas, saco el móvil, la cartera, las medicinas de la farmacia, que las olvidábamos, menos mal; unos papeles oficiales de la semana pasada, la caja de tampones... y allí al fondo, en la esquinita, están las llaves agazapadas. Ya en casa hay pelea por el mando, las aceitunas, el fuet, el vino que se ha caído al suelo y envío a los niños a cambiarse de ropa mientras cambio la copa, limpio el suelo, escucho a los niños pelearse y a mi padre "Estos niños están criados como salvajes, no como los de tus hermanos". Me vuelvo a la cocina y apuro para terminar la comida y sentar a todos a la mesa. El filete está poco o muy pasado; el puré, con tropezones; el agua, caliente y el vino picado. Cuando todos se van al salón, el sofá es para que el abuelo duerma la siesta y hay que ver los dibujos bajitos. Recojo la mesa, friego los platos y dudo entre dejar el suelo para que vivan los pájaros durante el mes siguiente o ponerme a barrer, mientas pido a los niños que griten bajito.
El abuelo se ha despertado y no encuentra el bastón que no usa, se ha quedado en la calle, olvidado y comienza la revolución. Mientras se lleva las manos a la cabeza, grita, acaba con la humanidad y sus posibles herederos, los niños se ponen de acuerdo para ver cual baja a por él, cojo las llaves y cierro la puerta de un portazo,  sin decir nada. Allí está el bastón, esperando. Me siento y respiro. Envidio su tranquilidad, la paz, el vacío de aquel banco y su amigo bastón. Envidio su esterilidad, su imposibilidad de descendencia y comienzo a entender eso de que todos llevamos un asesino dentro. Me acuerdo de Rosa, la borracas, de la que dicen se volvió loca y comenzó a tirar a sus ocho hijos por la ventana. Una asesina en serie, decían unos; llovían niños, decían otros. Si no hubiera olvidado a los viejos, sería mi heroína, añado yo.

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