... Comenzó a llover suavemente y se convirtió en el mayor acontecimiento. Ocho meses sin ver una gota de agua daba a la aldea un color amarillento por el polvo en suspensión. Eso, unido a la altura a la que se encontraban, hacía pensar a los visitantes que aquel no era el mejor lugar para pasar la noche. (,,,) El hospedaje no era lujoso, pero suficiente. Había un pequeño camastro con una colcha desgastada. El suelo limpio, mantenía las pisadas mojadas de la pequeña camarera que acababa de llevarles a la habitación. se sientan a hablar con ella y les explica el camino al santuario. Un lugar que los propios habitantes de la aldea habían contruido: cuencos metálicos colgados de cuerdas que se atan a numerosas estacas hundidas en el suelo, trozos de telas de colores que ondeaban al viento y que alguien había concebido como protectoras de malos espíritus y un pequeño cobertizo que contenía una figura de barro irreconocible, con un aspecto tan frágil que no se atrevieron a verla de cerca por temor a un derrumbe del tejado.
Aquella lluvia suave, pero incesante, hacía que los cuencos sonasen como un piano. Diferentes notas que daban el toque alegre a aquel lugar fantasmagórico plagado de trapos mojados y descoloridos. La aldea se encontraba a 2 km ladera abajo, un desnivel tan brutal que si se dejaban caer llegarían rodando al hostal situado en una llanura artificial.
La noche se transformó en jubilosa ante el festejo que los vecinos organizaron en el pequeño comedor del hostal. Todos, descalzos y mojados, entraban y salían del local para sentir la bendición de una lluvia tanto tiempo anhelada. Las mujeres llevaban comida y sillas que fueron colocadas alrededor del enorme tablón a manera de mesa. Cuando se hacía el silencio, el sonido de las campanas de lluvia inundaba la estancia, dando al acontecimiento el elemento necesario para hacerlo mágico. Algunos de los más pequeños se pusieron a bailar al ritmo de aquel vals improvisados, entre ellos, la pequeña camarera que daba vueltas alrededor de sí misma con los brazos abiertos haciendo que su falda empapada, se convirtiese en campana. Cuando todo terminó, las campanas de lluvia mecieron los sueños de todos los habitantes de la aldea.
La mañana siguiente se mostró sonriente y festiva, seguía lloviendo. Con la luz del día, comenzó a intensificarse. Pequeños ríos de agua corrían por las calles brillantes. El paseo a media mañana se fue tornando incómodo a medida que los ríos pasaban a torrentes. Comenzaron a llegar pequeños trozos de tela por lo que, los visitantes, decidieron volver al hostal a guarecerse y esperar acontecimientos. Sentados en la ventana vieron como llegaban hasta el establecimiento telas, tablas y algunos troncos mal clavados del santuario. Comenzó la preocupación que, en cuestión de minutos se hizo desesperación. El hostal hacía las veces de presa de todo lo que la tromba de agua arrancaba de la montaña. Poco a poco fue creciendo el cauce y subiendo escalones. El sonido de las campanas de lluvia era más y más fuerte. Solo hizo falta media hora para que el comedor, que anoche era una fiesta, terminase bajo el agua y lleno de los escombros que aquel maldito santuario soltaba a medida que se resquebrajaba. Telas, piedras, tablas y la informe estatua de un santo que debería proteger la aldea de cualquier mal, terminaron flotando por las habitaciones de aquel edificio. Mientras, a lo lejos, se escuchaba el mayor concierto que aquellas campanas habían dado jamás.
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