El pueblo en el que vive su familia consta de seis casas de marineros que antaño usaban como cabaña de aperos. Los dos grados de temperatura animan a pasear por el acantilado que, aunque está empedrado, el conocimiento del terreno y el blanco de la nieve facilitan la caminata. Son dos kilómetros hasta su punto de destino, dos mil trescientos pasos en los que se escucha la rotura del mar contra las rocas. Se siente frío en el rostro y las gotas minúsculas que trae el viento, sabor a sal, olor límpio, el grito de las gaviotas que buscan refugio entre las grietas.
Recuerda las mañanas en el invernadero tocando tierra, regando plantas, arrancando hierbas, trasplantando, y recogiendo aquellas que son necesarias para la comida diaria: tomates, lechugas, cebollas, ajos, menta, orégano, romero, tomillo, canónigos, fresas, grosellas, frambuesas... Las flores que nacen en invierno gracias al milagro del calor artificial y son el orgullo de la abuela. El sonido del menaje de cocina, que es una máquina bien engrasada, y del que aparecen olores a guiso, chocolate y pasteles. La llamada de la abuela por que no llega el encargo al momento, los puntuales alaridos del cartero una vez por semana ( lunes a las 10,15 de la mañana). Los buenos días de los vecinos, con sus caras arrugadas y sonrisas abiertas que le interrogan y hacen una radiografía completa en un instante : .- "Cuanto has crecido!!, " Estás más delgada, se nota que en esos países no se come en condiciones".- Conducir 10 km por una carretera costera, que más que carretera es un camino de cabras, para comprar pilas , bombillas, pinzas de la ropa, detergente o papel de cocina que se ha acabado y nadie recordó en la lista del mes.Entrar en la casa descalza y resbalar por el suelo encerado hasta caer en el sofá mientras echan al perro que la sigue, ladrando. Deslizarse escaleras abajo con un cojín amortiguador. Los cabezazos en la parte baja del techo de la habitación.
Pero su evocación más firme es la del sonido de sus pisadas en la playa nevada. El choque sordo de unas piedras contra otras, el frío relámpago que recorre su cuerpo al entrar en el mar para el baño diario, y que a la tercera brazada se convierte en dolor.
El mismo dolor que le provoca la incertidumbre del no saber. Acostada en una camilla hospitalaria, lleva horas de paciencia y desazón ante análisis que se repiten para verificar sin paliativos cuál es la naturaleza de aquello que le aqueja. Está casi segura del resultado, aunque se aferra a la esperanza del no. Se repite una historia mal contada.
Mirando la ventana en la que se refleja el sol vuelve a volar a su casa y recuerda la historia que su abuela contó mil veces y le hace esbozar una leve sonrisa: " Las aventuras del vikingo que salió una sola vez de su tierra a conquistar y, vaya si lo hizo.!!" o como el vikingo prefería titular: " Embrujos y hechiceras". Escucha los pasos del médico que se parecen a las pisadas fuertes del abuelo paseando por alguna habitación de la casa revisando puertas y ventanas, cerciorándose que todas y cada una de las tablas del suelo estén bien sujetas El trastabillar de las herramientas en la caja, que eran escogidas meticulosamente por Miguel, ayudante perpetuo del vikingo en las tareas de mantenimiento. Recordó el día que su hermano y ella intercambiaron papeles para ayudar a cambiar la ventana del tejado y en lugar del destornillador acercó al vikingo una llave fija. En su vida escuchó mayor cantidad de barbaridades ante la carcajada unánime de toda la familia cuando el semblante de descuartizador tornó en sonriente movimiento de cabeza al descubrir los ojos de su niña.
Sus padres han llegado para conocer los resultados finales. Son todo sonrisa y ánimos, aunque reconoce la mueca en la boca de su madre. Huele a limón y miel. Es una mujer fuerte, de esas que mueven mareas por aquellos que quiere y en los que cree. su voz es tranquila, cantarina. Le besa los labios y no puede evitar un leve quejido de preocupación, aunque no pierde la sonrisa. Siempre ha sabido mantenerse en pie ante cualquier adversidad, ser motor y lubricante de todo el entramado familiar. Negociadora nata optimista, dulce, cariñosa, paciente, pero clara y firme. Finalmente llegan los resultados, el médico se sienta a los pies de la cama. Ella escruta su rostro intentando adivinar la respuesta. Siente la caricia del padre en su pelo mientras descubre la mandíbula tensa. Es positivo, las alternativas son claras. La operación será esa misma semana y el tratamiento de choque para evitar el mismo error, lo más liviano posible.
Al quedase solos, su padre con cara de circunstancias la abraza: " No pasa nada, en invierno volveremos a casa".
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