Un pueblo se mide por las luchas de su gente y estas no están en pertenencias materiales.
Una madre a punto de parir el último hijo de diez, sin boca ni aliento suficiente para sentir dolor, agota su
último suspiro en parir a un ser moribundo, sin futuro conocido en una paupérrima tierra arrasada por la
sequía y la enfermedad. Ya no queda nadie de su estirpe: abuelos, padres, maridos, hijos ya no son más
que polvo. Al morir antes del alumbramiento, la cesárea se hace obligatoria pero el nuevo ser no se mueve
ni llora, solamente queda esperar a que se apague lentamente.
Tocar a un recién nacido, es un acto reflejo y que él se coja a aquello que le toca, también. Casi frío, blanco
pero no suelta el dedo. Es entonces cuando ella, lo abraza, lo acuna y mete entre su ropa para calentar así
los pies del pequeño.
Le habla de cosas desconocidas, de nieve y agua, de fuego, plantas, duendes y dragones y canta aquello
que recuerda. Las horas pasan y un cuentagotas rudimentario está a mano. Le da una mezcla lactosa y algo
late. Continúa.
La incómoda silla de campaña está para algo, la usa y pasa otro día. Duerme a medias con un pequeño
cuerpo caliente que apenas se mueve, que lleva sangre en sus venas, que pelea, que no suelta el dedo.
Cuatro noches completas con un latido, un cuentagotas y un dedo. Sin apenas comida, sin ducha. hasta que
todo se para. El dedo se suelta. Ya no hay movimiento, ni siente latido y devuelve a la cesta el cuerpecito
inerte.
Antes de salir de la tienda, escucha una protesta, un llanto sin fuerza, un ronroneo extraño, pero suficiente.
Ese sonido se convierte en una alarma de incendios, gritos, carreras de personal médico, pero sobre
todo el enorme llanto de ella que no encuentra explicaciones.
A partir de ahora, tendrá que salir al mundo solo, por sus propios medios. No se puede negar que ha
sido una lucha, una guerra ganada a través de un dedo.
( Pour Samu, le plus fort, le plus chanteur)
( Pour Samu, le plus fort, le plus chanteur)
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