miércoles, 24 de septiembre de 2014

En blanco y negro




Ayer me tocó deshacer el salón. Envolver adornos, vaciar cajones, guardar libros, desmontar muebles... No es la primera vez, pero nunca como ahora. Esta casa estaba escogida para durar, había sido buscada, mimada y decorada para mucho tiempo y me sentía orgullosa y a gusto en ella. Una mudanza siempre es un latazo, nunca fuimos caracoles, aunque yo siempre me he considerado gato callejero, tengo facilidad para hacer y deshacer maletas, la costumbre, imagino, aunque nada mejor que esto para darte cuenta de la cantidad de cosas que tienes. Cajones llenos de "¿que es esto?,¿ porqué lo habré guardado?" He encontrado fotos antiguas, de antes de inventarse.  Nací con televisiones, microondas, secadoras, ordenadores, microchips y coches de 5 marchas. En la época de los colores, abundancias y derechos civiles, no sé por qué me gustan tanto las fotos en blanco y negro quizás  por que me llevan a un mundo imaginado, distinto. Al mundo que me contó mi bisabuela, con 7 años, donde no había coches, ni lavadoras, ni neveras y la gente se trasladaba en carretas por calles adoquinadas, caminaban hasta el río para lavar y salaban o ahumaban para conservar. En mi mente era un mundo sordo, donde la gente hablaba en voz baja, cuando lo hacía, y las escopetas eran las reinas de la casa. Mi bisabuela, una mujer con bigote, osca y enlutada, que solo me contaba historias para callarme y la dejase tranquila. La  mujer que vivía en la casona de un pueblo de la Galicia interior, rodeada de campos, animales y un orinal. ¡Mira que me gustaba el aparatejo aquel!. No supe, hasta años más tarde para que servía, aunque me encantaba el nombre no lo relacionaba con la utilidad. Lo encontré bajo su cama, enorme y altísima. Había que trepar para llegar arriba. Cuando te ponías de pié crujía, pero en esa casa todo eran ruidos, crujidos y ecos. No podías dar un paso sin que te escuchasen. El día que aparecí con el susodicho se montó un pequeño revuelo y, enseguida, me lo quitaron de la mano, haciéndome prometer no volver a tocarlo jamás. Me pareció una especie de joya, ya que pasaba lo mismo con las medallas que mi bisabuelo había ganado en la guerra, por morirse. Aunque oliese todo a humo, moho y purines animales, tenía su encanto, sobre todo poder comer uvas de fresa del racimo colgado. Lo que más me llamaba la atención eran los animales. El cerdo era enooooooooorme, dos veces yo y olía fatal. En mi cabeza, los cerdos eran iguales a los perros, del mismo tamaño y con la misma actitud, y aquel estaba gordo, encerrado y con las orejas caídas, Los conejos eran raros, blancos y con los ojos rojos. No había mano que los tocase si no era experta. eran unos bichos nerviosos, huidizos, muy distintos a los que yo conocía por la tele o desde el coche. Las vacas eran de lo más imbécil, todo el día sentadas y rumiando. Las gallinas eran otra cosa. No podías meterte entre ellas por que el gallo te atacaba, daba unos picotazos tremendos, peores que los de las ocas, que también experimenté años más tarde. Me gustaba tocar los huevos, calientes y frágiles y darles de comer era precioso. Aquella mezcla de maíz y pienso era devorada a los segundos, evidentemente, era por que las gallinas eran aves rapaces. No sé que habrá sido de aquel lugar, ni siquiera sé si sabría llegar a ella. Qué habrá pasado con los millones de barriles, cuchillos, azadas, hoces o tijeras y con aquella piedra con agujero, decían que era para moler, pero por el agujero cabía enterita.
Cuando abro el cajón de encima, todo cambia. Dos mundos, dos vidas. separadas por diez centímetros.


 Es curioso el valor que le damos a una cuchara o un trozo de papel roto, nadie más que uno sabe qué y para qué sirven y, aunque no los vea, están ahí, cerca. Tengo unos cuantos recuerdos de podredumbre, de torpedo en la base de flotación, gusanos aletargados. Ellos me trajeron hasta aquí. Recuerdos de huida, el escape de un cuerpo purulento y mente enferma buscando culpables en cada lugar, en cada paso, en cada respiración. ¡Que asco de vida!, si se puede llamar así a aquello. No ha habido nada peor, en mi, que la ofuscación. Intentar encontrar respuestas a cualquier precio y en cualquier lugar hasta llegar a donde siempre, a mí misma. Temí reír, amar, tocar, sentir cualquier cosa que me demostrase que merecía algo distinto a lo buscado. Arriesgué y lo mejor fue que ese riesgo lo que me hizo sentir, volar, me puso un poro en tierra que cruzó una línea tan pequeña y sutil que ni me di cuenta que cruzaba. He de reconocer que he tenido suerte,y pese a  mis tendencias apocalípticas, siempre encontré alguien peor que yo y me hacía dar marcha atrás y mantener el equilibrio. Que bonitos palabros equilibrio, equidistancia, como si existiesen... o quizás sí. Yo solo he encontrado consuelo cuando comencé a respetar las decisiones de otros, siguiendo caminitos que me mostraban y me gustaban. Está bien eso de desaprender e implicarte. Hace 5 años que estoy en esta ciudad, aunque parecen muchos más.
Ahora toca hacer listado de libros para no duplicar y ya veré a quien le encasqueto las plantas. Mañana se llevarán todo esto y viviré, durante unos días, entre paredes pintadas con cercos, estancias vacías y, desde luego, la caja del morbo se queda aquí. Algo bueno tenía que tener una mudanza.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Historias contables




"Él no piensa en mi, no piensa en mi. Le importo una mierda, no siente ninguna empatía hacia mi, Claro, se va a casa de su mamaíta... Siempre tengo que pedirle las cosas, no piensa en mi". Un mantra que repite agazapada en la esquina de la terraza. El corrillo de mujeres, mientras, debate sobre posturas sexuales, vídeos de youtube o anécdotas banales que carcajean sonoramente. El tiempo es cálido, de finales de verano, aunque en la terraza siempre hace frío que combaten con café colectivo. Ella, siempre, se queda atrás. Se han colocado al lado opuesto mientras sigue entretenida liando un pitillo, con los pocos recursos que le quedan y el mantra que nadie escucha. Todas hablan de ella, es causa de risas y extrañeza. 
Las observo desde la oficina donde se imparte el curso, 15 mujeres de distintas edades, posiciones sociales y conocimientos. Desde el primer día sobresalió porque despista. Nunca sabes de qué habla y si haces el esfuerzo de entenderla, todo termina en el absurdo y a menudo, en aburrimiento. Melena negra atada con una trenza hasta la mitad de la espalda. Su seguro y fuerte tono de voz habla de su origen vasco, del que se enorgullece. Concienciada y amante de la ecología ha dejado el centro de la ciudad por una vida en pareja y una casa, medio en ruinas, con un huerto que trabaja a diario y del que sueña vivir. Una especie de hippie-pija-sin concretar que mezcla objetos, ropa, palabras y conceptos sin aparente orden. Ha trabajado de limpiadora, operaria de montaje, colocando ropa en grandes tiendas de moda, explotada por etetes... "Siendo un número, solo un número". Pese a la enorme distancia con el resto de sus compañeras, se muestra dispuesta, amable, conciliadora. Acoge bien las bromas sobre su persona, quizás por que no detecta la crueldad con que se dicen..., tal vez, aunque sus tiempos de descanso los pasa, mayoritariamente, apartada o contándonos sus teorías y tristezas. Habla de sus razones para  intentar aprender algo que, a tenor de las preguntas, resulta incomprensible para su cerebro. No diferencia  venta de compra, cliente de proveedor, cuando sumar o multiplicar, la inicial seguridad de su voz desaparece ante un razonamiento lógico.
Perdida en el mundo de los números, convierte dudas en su propia historia familiar y así, como sin querer, habla de un padre rudo, de un hermano que no la acepta y una madre que la alienta, cansada de escuchar la misma historia día tras día. Sabe que no encaja y se esfuerza en demostrar sus conocimientos en otras materias, hundiéndose cada vez más. Ha memorizado algunos conceptos pero, por alguna razón, es incapaz de conectarlos y aplicarlos a la vida real. Aunque ha hecho un curso de ayudante de laboratorio,  ignora que el yogur o el queso se hacen con leche. "Creí que eran suero". La palabra es su fuerte, que no la comunicación, ni la concreción, pero sí su maravillosa escatología. Sus deposiciones, sudoraciones, reflujos gástricos o mucosidades son narrados detalladamente cada mañana con la mayor naturalidad y como si de una tesis doctoral se tratase. 
Está convencida que existe una regla no escrita que dice que una no es madre hasta que habla  y enseña las fotos de sus vástagos. El avanzado embarazo de una de ellas hace que sea un tema recurrente intercambian experiencias y demostraciones de como educar, castigar o conseguir la perfecta convivencia. Escucha, asiente y siempre termina con la misma frase: "se presiona mucho a las que no tenemos hijos además, eso une mucho a la pareja". Las protestas de algunas la enmudecen, aunque en los días siguientes volverá a repetir las mismas palabras. Un nacimiento inesperado ha causado un enorme revuelo en las asistentes y en los días siguientes nos inundamos de recolectas y regalos para la nueva mamá. Dos días después aparece con un bolsón repleto de mermeladas caseras, leche infantil, pañales y biberones. En sus pechos se adivinaban  discos protectores para la lactancia y, ante la pregunta de un posible embarazo convierte su seriedad perpétua en rictus resignado:"No". A sus treinta y pocos años adivinas un anhelo que no se cumplirá ahora.