¿Nunca habéis subido al coche para ir a X llegando a Y sin saber cómo ni por qué? Cosas del automatismo o la rutina, que nos lleva a la oficina en domingo en vez de a comprar el pan. Es consecuencia de una mente desconectada de lo cotidiano para centrarse en otras realidades más o menos importantes, es decir, nos descentramos al querer abarcar más de lo que debemos o podemos, más de lo saludable. La vida moderna dice que hay que estar a la última, con la actualidad, con lo que ocurra fuera del chiringo para tener algo de qué hablar con los colegas, algo para poner en nuestra red social. Resulta que gran parte de estas realidades son tan efímeras como un parpadeo, tan prescindibles como el chicle Cheiw de canela y lo peor, lo sabemos. No quiero decir con esto que esté en contra de la banalidad, todo lo contrario, me parece importante la desconexión, pero desconexión no es olvidar ni reconectarse a otra cosa.
Es curioso todo esto, porque a pesar de saberlo, de aceptarlo, de conocerlo, de controlarlo, a pesar de saber que automatizamos lo importante para centrarnos en lo banal, seguimos haciéndolo ¿por qué? imagino que para dejar de pensar.
Vivimos en una sociedad hecha y rehecha en la que nuestra aportación es totalmente prescindible. Difícilmente inventaremos algo porque todo ya está inventado, pero tampoco haría falta ya que también lo hemos delegado. Y no me refiero al famoso "que inventen ellos" sino a que en eso consiste el sistema en el que vivimos: crear diferentes realidades, inventar y re(.)inventar siempre lo mismo y que parezca diferente. Tenernos ocupados en estas cosas de la meteorología o si Luis Enrique es borde o que las mujeres existimos, como Teruel. Tenemos como ejemplo el vade retro satanás político, esa pelea partidista constante por la nada, esa charada consistente en encontrar enemigos bajo las piedra porque dijeron, pensaron, creyeron, sintieron o me vieron mal. Esa cosa que nada tiene que ver con nosotros, los de siempre, de acotar, parcelar, etiquetar o nominar para que seamos capaces de entender, como si tuviésemos alzheimer, como si fuésemos tontos aunque terminemos siéndolo cuando acotamos, parcelamos, etiquetamos y nominamos porque razonan por nosotros, como hacen dios o el emperador. Somos de derechas o de izquierdas ¿y si eres manco? Somos mujeres u hombres ¿y si eres rana? Somos rubios o morenos, pero he nacido calva. Sí, por supuesto, somos capaces de enviar al cadalso a nuestro vecino, hermano, padre, hijo -lo sagrado- para estar seguros, porque creamos que se niega a cumplir las normas establecidas, porque no las entienda, porque no quiera, porque no sepa, porque no podemos con él, pero ¿no es eso lo que hacen las sociedades, protegerse unos a otros? ¿no nos unimos para eso, que el error de uno es el fallo de todos? ¿no es tu obligación de padre entender, querer, saber, poder y hacérselo llegar? ¿por qué no te entregas tú, desgraciado? ¿no sabes ser padre poque no hay instrucciones? Pues no haber tenido hijos, irresponsable.
Si nos acogemos a la etimología de la palabra sociedad, vemos que proviene de societas- compañía- y va derivando en socio (socius) -compañero- y social (socialis) -amigo, aliado- que está formada por eso extraño con piernas y ojos que algunos llaman humanos, pero la etimología también es otra realidad antigua y extraña.
Se trata siempre de lo mismo, de vivir sin pensar, de manera automática, es decir, de convertirse en un autómata, en quedarnos con las carcasas, en tener hijos porque sí, temer a otro, creer que, ofenderse porque la sociedad así lo pide, así lo exige, porque la sociedad... y una mierda para la sociedad. La sociedad no es más que un ente, un puñetero aparato amasador de harina y agua, al que si añades levadura y calor te sale un pan cojonudo, pero no es más que eso: UNA COSA, el chisme ese de ahí que está en la cosa de allá, al que damos valor de verdad y razón. "Pero sin sociedad no podemos vivir" dirán algunos. Realmente, sí podemos vivir sin sociedad, si este horno, con lo que no podemos vivir es sin humanidad, sin harina, agua, fuego y levadura, porque, la humanidad, como las flores o la sociedad, nada tienen que ver con el nombre del que provienen, con la etimología, sino que tienen que ver con el néctar, lo que alimenta, lo que protege, lo que no es automático sino que hay que trabajarlo y entenderlo para tenerlo. Curiosamente, quienes más lo trabajan son aquellos que menos realidades tienen por el medio, menos objetos, menos políticas, menos economía, menos de nada para tenerlo todo, incluso hambre.