domingo, 16 de noviembre de 2014

Caminando por la nevera.




Veinte kilómetros al oeste del Gulag 6, en la ciudad de Vorkutá, encontramos el hotel Gornyak. Es una edificación de cuatro alturas que abarca una gran superficie. La entrada principal muestra una estancia amplia con un mostrador de madera de aspecto antiguo y detrás unas cortinas beige con cenefa de flores que esconden una habitación trasera. A la derecha, un ascensor pequeño concebido para que quepa una silla de ruedas y poco más. A su lado las escaleras pulidísimas y frente a ellas un enorme ventanal desde el que se ve la carretera. A la izquierda chisporrotea una chimenea con sendos sofás negros y una enorme alfombra tapando un precioso suelo de madera desgastada con un barnizado tan grueso que se podría patinar sobre él. De la puerta contigua cuelga un cartel con el dibujo de una chica sonriente acercándose una cuchara a la boca y caracteres cirílicos. Es un hotel pequeño, con pocas camas, las suficientes para no necesitar trabajadores externos, todo pertenece a la familia Gólubev. Él, Dmitry, es rubio, ojos pequeños y de un azul cristalino, 1,80 de altura, manos grandes y activas, como todo su cuerpo. Lo encontramos sacándose las botas nevadas en el cuarto tras las cortinas. Mientras intenta ponerse unos zapatos secos, nos hace un gesto amistoso y llama a su hijo. Si no fuese por la diferencia de edad juraría que es su clon. Mismo porte y eficacia pero con la grata diferencia de su buen nivel de inglés. Pedimos las mismas habitaciones ocupadas en primavera y confirmadas a nuestra llegada a Moscú, avisando de un intervalo de dos semanas y dos días para ocuparlas, quizás por eso y que apenas hay huéspedes, solo dos habitaciones están listas. Las disculpas de Mijaíl tocan algún resorte tras la cortina que vuela delante de dos mujeres, una de ellas, la más joven, es Anna, la madre. Grande como un camión y de modales exquisitos que, con cara de circunstancias intenta disculparse, lo que  impide la otra, enlutada hasta las arrugas y una enorme melena amarillenta al viento que, con un manotazo en la espalda la hace correr escaleras arriba. 
Mientras esperamos, nos acercamos a la chimenea que  Dmitry alimenta, dejando al joven recepcionista con los trámites de nuestra inscripción. Fuera la temperatura baja por minutos, acumulando grados negativos a los ya existentes. No acabamos de sentarnos y aparece Nadia, la pequeña de la familia, arrastrando un carrito con cinco tazas humeantes que huelen y saben mejor. Le gusta cocinar desde niña, aunque tiene 18 años y , como nuestra intérprete, sueña con salir de Rusia, volar a Francia o Italia y montar allí un pequeño restaurante. Es bajita, delgada y con unas anchas caderas que la llevan por el camino de la amargura. De pelo oscuro, sujeto con moño o coleta, piel blanquísima y delicada, ojos azules, gafas cuadradas y unas manos que hablan y sonríen como su boca. Le pedimos que nos acompañe y le preguntamos por la señora de la melena. Es Irina, la madre de Dmitry. Vive con su otro hijo en los meses cálidos, migrando en invierno en busca de lugares más benignos.  Entre planes, sueños y risas vamos debatiendo sobre el menú con el que nos sorprenderá hasta que un gruñido nos dirige hacia el bulto negro y encorvado que arrastra los pies al lado de Anna. Al intentar sujetarle  el brazo, las greñas deslucidas responden con sonoros "Niet, niet, niet". Mijaíl nos comunica que podemos subir, pero nuestras caras de preocupación  no pueden disimularse, él insiste en que todo está bien y subimos.

Las vistas desde el primer piso son realmente preciosas. Desde nuestras habitaciones se ve un pequeño bosque sin hojas que acumula copos de nieve, otorgándole la delicadeza de un algodón de azúcar. Es magnífico escuchar como se queja, como varían las formas y colores y si lo observas durante mucho tiempo, ves como camina. La habitación tiene lo necesario, un baño con ducha, una cama de matrimonio, un armario empotrado entre pared del baño y  cama, un teléfono y una ventana con voladizo interior que hace las veces de escritorio, . Todas las habitaciones de esta planta tienen un denominador común: distribución, cortinas y conexión con la chimenea principal. Son feas si ves los elementos individualmente, pero si lo haces en conjunto, el calor, el suelo, los muebles, el paisaje, el personal... tienes la impresión de estar a salvo en medio del témpano. Limpio, acogedor y querido refugio. Después de acomodarnos y un buen baño de vapor, nos avisan  que la mesa está servida y la idea de probar de nuevo los platos de nuestra cocinera, nos pone los zapatos. 


En el comedor nos encontramos con una pareja de trabajadores y un trío de ejecutivos, si nos fiamos de las vestimentas. Nuestra mesa está al lado de la ventana del fondo, lo suficientemente lejos de la otra chimenea del local, hecha para calentar la vivienda de los dueños. Cuando nos sirven el primer plato, nuestros vecinos se han ido y la familia aprovecha para sentarse tres mesas más allá, ni demasiado lejos, ni demasiado cerca. Me gusta esa delicadeza de mantener cierta distancia. Vemos a la abuela, presidiendo la mesa, más restablecida y con el pañuelo cubriéndole la cabeza. El padre en la otra punta, la madre a su derecha y el recepcionista y la cocinera al otro lado, dejando a la tía/ayudante, sirviendo las mesas. Los días siguientes son de desayunos y cenas, en las que coincidiremos con Dmitry y los más jóvenes. Nos alimentan, lavan, planchan y dejan nuestra ropa impecable sobre la cama y, de vez en cuando, nos facilitan el trabajo organizando entrevistas.
He decidido quedarme un día, dar descanso a mis piernas que acumulan más km de los previstos y los cambios horarios empiezan a pasarme factura. En 15 días hemos pasado 4 husos horarios, vuelto a ellos y dejado, nuevamente. Bajo, como de costumbre, a desayunar con la troupe y al despedirnos Nadia es la primera en darse cuenta del cambio. Hoy seré la única huésped del hotel, si supiese lo que me iba a encontrar, hubiera sentado mi culo junto a la chimenea durante 5 días. Mi ruso es terrible, pero entre el inglés de Mijaíl, el poco de francés Nadia y el lenguaje internacional, Vorkutá va desvelando sus misterios. He bajado con mis block de notas y los tropecientos bolígrafos de los que hago acopio, por que nunca encuentro ninguno, y con mi habitual desorden ordenado comienzo a escribir sensaciones, historias, recuerdos... que se agolpan y quieren salir a la vez, por que son muchos. Anoto, esquematizo, pongo llamadas, pies de página y comienzo a rellenar hojas y a hablar a las frases. Tras el enfado por mi falta de vocabulario, escucho la risa callada de Nadia. Es increíblemente dulce, me enamora esa delicadeza en un lugar tan agreste y violento como este. Nos hemos encontrado con personas amables, solidarias, pero rudas y toscas. Quizás sean sus ojos o su sonrisa o sus manos o su manera de cocinar o que la veo callada y acomplejada cuando me parece preciosa, no lo sé, pero me ha ganado y le pido que me acompañe. Me pregunta por lo que escribo y si me aclaro, luego por nuestro trabajo, nuestras impresiones y por Europa, con la que sueña. Tiene una visión idílica de todo lo que está fuera de Rusia, España es el sol, Francia el gusto, Italia la cultura, Reino Unido, la modernidad, la elegancia en las formas, aunque eso es para ella Europa, un lugar amable y cálido que la espera para triunfar y ser feliz. Esperan a que sus padres vendan el hotel y tengan una jubilación garantizada entonces, su hermano y ella, partirán al mundo prometido que les extenderá su alfombra roja. No le llevo la contraria, creo que los sueños deben cumplirse o no por elección propia y no seré yo quien cabe tumbas sobre ellos. 
Llevamos un buen rato charlando cuando llega Elena, la tía y ayudante de cocina y se une a la conversación. Es la mujer del hermano de Dmitry, una mujer triste, casi derrotada a sus declarados 50 años, que escucha idiomas que no entiende y protesta ostensiblemente, algo que atrae a Mijaíl  recriminando sus voces. Al partir Elena, Mijaíl, Nadia y yo salimos de la mesa del comedor en dirección a la zona prohibida: su casa. Tiene una decoración y distribución idénticas al primer piso. Nadia llama a su madre y nos dirigimos hacia la voz que contesta. Allí encontramos a Irina, la abuela, sentada, enlutada, derecha y orgullosa y a Anna, cepillándole la melena. Es una imagen de poder y sometimiento. Irina es una anciana como las muchas que  hemos encontrado en Siberia. Callada, robusta, enlutada, su sola presencia intimida, transforma mi estado de ánimo alegre y curioso en alerta. Pese a recordarla derrotada, su porte de gallardía me resulta conocido y le hago saber que sé quien manda, pero muero por conocer su historia. Nadia se apresura a contar  mi cambio de planes, que es respondido con una sonrisa, mientras Mijaíl nos llama a otra habitación llena de libros, su colección de discos y  presidida por un mapa mundi antiguo con una ruta marcada, la ruta que algún día harán los hermanos. El muchacho, quizás por ser mayor que su hermana, no tiene una visión tan idílica del exterior <así llama a Occidente> pero tiene todos sus sentidos en unos planes que, cree podrán realizar dentro de 5 años.

.- Todo aquí se mueve por quinquenios, aunque parezca que ya se han ido, los soviets siguen presidiendo las mesas en las que nos sentamos a comer.

La frase me pareció de lo más acertado ya que, días atrás, comentábamos el miedo que se podía mascar en algunos lugares a hablar de gobiernos, mandatarios o algo que no fuese la vida diaria. Los que se atrevieron a criticar lo hacían casi en un susurro. Me atreví a preguntar si se refería a la, aparentemente, férrea disciplina que podría mostrar Irina a lo que Nadia contestó con una sonora carcajada.

.- Esa disciplina solo la sigue mi madre. Se ha convertido en su sombra, pero mi abuela es una mujer con mucho sentido del humor.

.- La generación de mi padre, sesenta, <cuenta Mijaíl>  no ha tenido una vida nada fácil. Imagina la de mi abuela, cumplirá 100 el año que viene. 

.- ¿Cien años? ¿Vuestra abuela, tiene cien años?. Se la ve mayor, pero cien años... Si tiene una vitalidad increíble. 

Ambos ríen porque a todos  asombra  lo mismo. Cuentan que su padre es el más joven de la familia, nacido a destiempo, 5 años después del único hermano que queda vivo, el cual se casó con Elena, cuando su primera mujer se volvió alcohólica. Comienzo a emocionarme con la historia de Sasha, el tío, hasta que Dmitry nos interrumpe para sugerir que me lleven al pueblo. Madre y abuela irán y Nadia debe comprar lo necesario para comida y cena del día. A todos nos parece una idea magnífica y 15 minutos después, estamos haciendo compras.


Aprovecho para acercarme a las mujeres, a lo que la pequeñaja  ayuda contando mi reacción al conocer la edad de la abuela.  Nadia cuenta y Mijaíl traduce y por primera vez escucho la voz pausada, honda y categórica de aquel poderío natural, que  rebaja formas y rictus para dar paso a alguna risa hasta que hablo de nuestra ruta sur/norte por los Gulag. Durante 1 larguísimo minuto me hiela el silencio y la rigidez de la centenaria. Durante 1 minuto, supe que había tocado una fibra difícil de asumir, durante 1 minuto, quise tragarme mis palabras y volver al calor de mi habitación, y el minuto siguiente fue para contestar que si buscaba historias del Gulag, estaba en el lugar correcto.
Estuvieron dos horas enseñándome la iglesia, las ruinas de las murallas y los lugares más emblemáticos de Vorkutá, cuya ciudad construyeron los prisioneros del Gulag, los monumentos revolucionarios, la circunscripción militar, las moles de edificios (idénticos en todas las ciudades) y durante ese tiempo, Irina no dijo nada.
Llegamos al hotel y pido ayudar a Nadia en la cocina, quiero sus ingredientes, sus secretos, su toque, pero Anna se acerca para llevarme al sofá donde están Mijaíl, Dmitry e Irina.

"En 1948 Mijaíl, mi marido, padre de Sasha y Dmitry, abuelo de Nadia y Mijaíl, es arrestado en el trabajo por la policía política de Kalínin, ciudad al noroeste de Moscú,.Lo retienen durante días sin saber por qué. Recorro, con un bebé y tres niños de corta edad,  comisarías, sedes del partido o  cualquier lugar donde puedan darme noticias. Es verano y carecemos de casi todo. Compartimos casa con otra familia de 5 miembros. La política natalista  de la época incentivaba el nacimiento de niños con la Madre heroína que consistía en dar, a aquellas que tuviesen 10 o más hijos, una medalla y la manutención de los pequeños pero, pocos o ninguno conocimos alguno de esos premios, convirtiendo la pobreza en miseria. Dos semanas después del arresto, la policía irrumpe en la vivienda, a patadas, con gritos, despertando a mayores y asustando a los niños y nos obligan a meter lo que podamos en un hatillo  para trasladarnos aquí, a Vorkutá. Nos meten en un barracón y se llevan a los mayores, para escolarizarlos, dicen y  me obligan a trabajar escogiendo carbón con Sasha, el bebé. Allí me comunican el paradero del padre de mis hijos, al que veo alguna vez a través del alambre de espinos o entrando en la mina. Pasan dos años de frío, pena y hambre, sin saber por qué estábamos allí. Por la patria, nos dijeron, por la patria. Por la patria murieron los dos mayores, que me devolvieron enfermos y solo me dio tiempo a abrazarlos, por la patria. Por la patria me preñó un desgraciado que me encontró escondida en la noche para poder ver a mi hombre, por la patria me castigaron con menos comida que no teníamos y me dediqué a robarla de los campos, en verano, por que en invierno no había más que muertos por el hambre y el frío. Una estufa para cien, agarrados unos a otros, para darnos calor y que no nos llevaran, los niños en medio, para protegerlos de cualquier cosa. Noches de toses, llantos y crujir de estómagos de los nuevos, por que nosotros, los que llevábamos tiempo, ni estómago teníamos. El hambre es traicionera, te avisa una vez, dos, pero después desaparece y te ataca a traición, terminando contigo despacio y silenciosamente. Si no lo hace el hambre, lo hace la enfermedad. ¿Para esto echaron a los zares? ¿para esto una revolución?. El tercer año murió el pequeño bastardo y el mayor que me quedaba, solo salvé a Sasha, mi Sasha, al que llevaba a la alambrada para que viera a su padre, para que se sintiese orgulloso. Ese año me pilló otro malnacido y me violó delante de mi marido. El no lo aguantó y cuando pudo le pegó un tiro, pero eso unos meses más tarde, en la revuelta del 53. Dentro se enteraron que Stalin había muerto y que había habido huelgas para pedir mejoras, así que ellos hicieron lo mismo, Se pusieron en huelga y los babosos, los mandados, los ordenanzas, atacaron y los mataron, pero Mijaíl se llevó al bastardo hijoputa del carcelero por delante y así se convirtió en el verdadero padre de Dmitry, el que lo defendió, el que dio la vida por él, por su hijo. Por que eso solo lo hace un padre de verdad, no un cobarde cualquiera que ataca a traición a los más débiles. El resto de la historia no tiene mucho. Cuando la matanza, pasamos del barracón a una casa y cuando Sasha fue mayor, le dieron un trabajo en la mina, pagado. Luego Dmitry trabajó de mecánico, tiene unas manos primorosas este chico mío, como su padre y yo trabajé en lo que había y fuimos saliendo adelante. Con los años, me dieron una paga, por lo de mi marido, que es de lo que vivo y entre todos, compramos esta casa y montamos un hotel. Empezaba a llegar gente para lo de las prospecciones de gas y era un buen negocio. Y ahora, me dedico a vivir con Sasha en verano, que el pobre no ha tenido suerte con sus mujeres y, cuando llega la nieve, me vengo al palacio de invierno" 

Comienza a anochecer mientras veo como el bosque se aleja y escucho crepitar de la leña de la chimenea. Nadia nos sirve la cena allí mismo, de donde nadie se ha movido, ni hablado y así continuaremos hasta que, dos horas más tarde, la troupe llega contenta, animada, feliz por un día productivo. Me atrevo a acariciar a Irina, ella toma mi mano, para hacer lo mismo. Lo que fue una teoría ahora es una certeza. Existen los hombres/árbol, en este caso, la mujer. Sus manos, su cara, tienen la misma textura de la corteza. Ha creado un pequeño bosque sin hojas que acumula copos hasta otorgarle la delicadeza de un algodón de azúcar. Es maravilloso escuchar sus quejas, como varían las formas y los colores y si los observas con detenimiento, ves como avanzan, como caminan. 



4 comentarios:

  1. Fantástico relato. Hay que tener alguna especie de don para escribir tan bien, pero es necesario ser alguien con una sensibilidad muy especial para definir tan exquisitamente una mujer/árbol.
    Como siempre un privilegio leer sus historias.
    большое спасибо

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. большое спасибо a usted, D. Paco Como decía uno por ahí:" Por ahora sólo despierto, peleo, peleo, peleo, peleo y sueño".

      Eliminar