lunes, 10 de marzo de 2014

El rey y corazón de león.






Acabo de despertar y no estás. He dormido tan bien que ni me enteré cuando te fuiste. Me revuelco por la cama, todavía mantiene el calor y olor de tu cuerpo. Ya te echo de menos. Debería levantarme y desayunar, hacer algo, aunque no me apetece pero quedarme en cama sola no tiene sentido. Desmonto las sábanas y cuando termino vuelvo a dejarme caer de espalda en el colchón. Adivino un cielo plomizo a través del vaho de la ventana y este silencio ... ni coches, ni personas , ni viento. Mi cerebro me adentra en una bola de cristal, de esas en las que todo es medido, estático a no ser por la mano que mueve la bola para hacer caer la nieve. Imagino al mundo como una de esas bolas, enorme y el cristal la atmósfera. Gira y gira a  una velocidad de vértigo pero para nosotros imperceptible, como imperceptible es el tiempo hasta que ha pasado, imperceptible para la nieve que no cae si no la agitas. Suave, reposada rotación como el vaivén de nuestros juegos, de tu respiración al dormir. Mecida en ese pensamiento me despiertan los timbres de unas bicicletas. Me incorporo y voy a la ventana. La limpio con la mano para poder ver a la pareja que pasea por la carretera de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, jugueteando entre la llovizna. Han desaparecido los coches, la gente. Solo dos bicicletas entre las aceras ajardinadas usando sus timbres para despertarnos. Es una imagen conocida, una fotografía en blanco y negro de hace 100 años o quizá doscientos, trescientos o miles de años, de antes que se inventaran las bicicletas, de antes que se inventase nada y el hombre pasease por el mundo en busca de un refugio y algo de comida. La imagen de la búsqueda del otro no importa la situación, la esclavitud, el dolor, la riqueza o la locura. Cuando lo encuentras  desaparece todo, ya nada es más importante. Y te conviertes en el rey y yo en el corazón del león. 
Vivimos una media de 80 años, casi los mismos que hace de las tumbas colectivas de los judíos en el holocausto. Montañas de cuerpos, despojos de piel y huesos masacrados, gaseados, tiroteados ¿por ser qué? Encontrados como montones de ropa vieja, pero donde el pijama era de mayor valor que el cuerpo y le era arrebatado para el nuevo que llegaba. Imagen que se repite en Camboya, Argelia, China, Rusia, El Congo, Las Cruzadas, El impero romano ... así hasta llegar al Homo sapiens acabando con el Neandertal. Y si es ése nuestro objetivo? Ser las botas, el pantalón o la chaqueta para el nuevo, que empuja para cambiar  lo que no cambia ni cambiará jamás por que la historia se repite una y otra vez y no nos damos cuenta hasta que ha pasado.
Entro en la cocina y leo tu nota y me preparo el desayuno y la vuelvo a leer. El zumo de naranja sabe más dulce con el sonido imaginario de tus palabras y releo de nuevo y cada vez es una caricia, una sonrisa , un beso. Y si tú fueras mis zapatos o yo tu pantalón? No lo sé , ni lo voy a pensar. Solo sé que me siento como los antiguos conquistadores, investigadora de pieles y suspiros, embajadora de besos y manos, doctora en tiritas y oídos sordos, comedora de cerebros y patatas. No voy a ducharme, no quiero, voy mantener tu olor el mayor tiempo posible y quizá así se me vaya esta añoranza y si no lo consigo saltaré a la calle y el bullicio aparecerá de nuevo y compraré pijamas, rayas, bucearé entre cordilleras de pellejos humanos, pústulas sanguinolentas y negreros resabidos hasta que tu sonrisa me encuentre y todo desaparezca.



No hay comentarios:

Publicar un comentario