viernes, 19 de julio de 2013

Cuentos y leyendas: Duendes y hadas.



Cuentan que en la antigüedad, en el lejano norte, duendes y hadas no aunaban esfuerzos para mantener el equilibrio en la tierra ya que las hadas se empeñaban en mantener la luz del día con su polvo mágico pero solo conseguían despertar al sol durante 2 horas, lo que no era suficiente para que árboles y flores creciesen  fuertes y sanos. Los duendes, sin embargo, eran sirvientes de la luna y trabajaban duramente bajo su mandato limpiando las estrellas y haciendo que la noche durase meses completos, pintando todo de negro y llamando a las nubes. La noche imperaba y mantenía el manto blanco de la nieve como única iluminación posible.

Eydir es un hada joven y trabajadora con poderes especiales ya que el polvo de sus alas es el más resistente de toda la colonia. Organiza a los animales y en su zona es donde el sol calienta más y donde se oculta más tarde. Siempre intenta abarcar un poquito más de territorio, pero ella sola no puede hacer mucho más.

Ingirós es el hada madre, sabia, tenaz, dialogante y una gran admiradora de atardeceres, tan escasos.
Abatida y cansada, Eydir llega al acantilado en el que vive Ingirós para quejarse.

"Así no se puede mantener la vida, debemos llegar a un acuerdo con los duendes."

 Eydir conocía la historia de como siglos atrás Ingirós se había adentrado en el territorio de la noche para contactar con Einar el gran guerrero y gobernante de los duendes. Su fama de duro e inflexible era conocida en todas partes, así como que se encontraba cómodo entre enfados y disputas, por lo que ni se le ocurría otra manera de vida que no tuviese que ver con la noche. Su escaso conocimiento del resto del territorio hizo completamente infructuosa aquella intentona. Dos días atrás había llegado la notificación del cambio de gobierno de los duendes. Einar finalmente se había convertido en roca y buscaban un nuevo candidato. Ingirós creyó que era tiempo de intentarlo de nuevo. Eydir era fuerte y convincente. Seguro que entre las dos tendrían alguna oportunidad.

Se adentraron en territorios inhóspitos. Rocas y nieve, ni una brizna de luz ni de hierba hallaron en su camino, solo oscuridad. Debían encontrar el árbol negro que había sido expuesto al fuego de los volcanes. Se decía que sus raíces eran tan fuertes que se mantendrían en pie más allá de los tiempos nuevos. Después de dos días de recorrido  al fin vislumbraron un destello extraño. A 14 pasos del árbol encontraron a Baldur, el guardián. Un duende diferente por su enorme halo en la espalda, era conocido que los duendes eran seres oscuros y hoscos. Se presentaron y hablaron con respeto solicitando audiencia con el nuevo gobernador para darle la enhorabuena y tener una buena vecindad. Eydir vislumbró una sonrisa en la cara del guardián y acrecentaba la esperanza de buen entendimiento al ver como eran conducidas ante el mandatario sin dilación alguna.


En la sala de los rizones habían habilitado unos bancos muy cómodos, que aprovecharon las dos maltrechas visitantes para descansar y adecentarse. Eydir preguntaba y preguntaba a una Ingiros que no hacía más que poner su dedo en la boca pidiendo un poco de silencio. Sabía que los duendes no eran seres que amasen la palabra, ni siquiera se hacían demasiadas preguntas. En sus novecientos años, solamente conoció a uno que se apartaba de aquella norma y dudaba mucho que lo dejaran acercarse al árbol.
Escucharon los pasos de sus anfitriones y mientras se ponían de pie y terminaban de limpiar sus alas, Baldur anunció el nombre del nuevo gobernador.

.-“Señoras, les presento a Olafur, presidente de los duendes y sabio del árbol negro.”

Ingirós  no podía cerrar su boca de asombro. Olafur era el duende amigo que la ayudó en la recepción con Einar el guerrero. Era el duende que le había preguntado por el trabajo de las hadas, aquél que se había preocupado por su bienestar  hasta salir del territorio de la noche. Con una enorme sonrisa en la boca, Olafur cogió las dos manos de Ingirós y la invitó a sentarse a su lado en el banco de la sala. Baldur, por su parte, llevó a Eydir a conocer las diferentes salas del reino dejando que los dos viejos amigos charlasen y se pusiesen al día en lo importante.
Cada una de las hadas presentó a su anfitrión el motivo de la visita, expusieron su preocupación por las nieves perpetuas y la noche cerrada, por el imperio de la fuerza y la sinrazón. Los animales apenas subsistían en aquellas condiciones ya que los árboles no daban fruto ni la hierba crecía lo necesario. Hadas y duendes trabajaban sin cesar  sin un momento de descanso .Con la unión de ambos podrían tener día y noche en la misma cantidad, dejando que la naturaleza se manifestase en todas sus estaciones y dando momentos de ocio para todas sus criaturas.




Allí mismo, sin mas compañía que los rizones quemados del tronco eterno, los cuatro  comenzaron a urdir el plan para el inicio de la vida. Olafur acortaría los turnos de trabajo de los duendes, momento que aprovecharían las hadas para iluminar durante más horas la tierra. Pero ¿como llevarlo por todo el territorio?... ¿como hacerlo duradero? Las alas de las hadas no eran demasiado poderosas. En las mejores condiciones abarcarían  8 horas de luz y el reparto debería ser equitativo, mismo tiempo de noche y día. La joven hada optó por poner a sus ayudantes, las libélulas, al servicio de la causa ellas serían el transporte que las llevaría a acceder al territorio que los duendes fueran dejando vacío.
 Baldur se invitó a ayudar para extender la luz cuando llegase su tiempo de ocio (allá por el medio año). La unión de los poderes del hada y el halo del duende, haría que durante unos meses la noche durase 2 horas y así el reparto sería equitativo.


 A cambio de esta ayuda, los duendes obtendrían a las  luciérnagas y así acostumbrar los ojos de los duendes a la luz paulatina, facilitándoles también el trabajo. 

Con aquella promesa en firme, las hadas volvieron a casa y extendieron la noticia por todo el territorio, dando órdenes exactas de cómo y donde comenzar el plan. Poco a poco los días comenzaron a ser mayores y cuando el sol calentó suficiente, la nieve se convirtió en agua, regando la tierra e inundando los valles. El manto blanco se convertía en verde, amarillo, azul… los colores se extendieron por el mundo, los arbustos dieron fruto y los duendes, ociosos, comenzaron a llevar el polen de unas flores a otras. Las libélulas descansaban y se alimentaban para ayudar a las hadas en su vuelo para ir llenando de luz cada vez más territorio. Durante los meses séptimo y octavo Eydir y Baldur  unieron sus fuerzas y consiguieron lo que nunca se había visto, que el sol se mantuviese más allá de las 24 horas y lo llamaron el sol de media noche.


Como símbolo de colaboración Ingirós y Olafur reinaron en el árbol negro, que se convertía en marrón cuando sus ramas reverdecían y hacían que las hojas dieran la sombra necesaria para contemplar el resultado de un trabajo bien hecho. En la época de noches y días iguales, los dos mandatarios contemplaban los atardeceres desde el acantilado de Olafur. Ambos se ocuparon de que todas las criaturas fueran escuchadas en sus necesidades y obtuvieran el mínimo necesario para que la naturaleza siguiera su curso normal. La  vida había comenzado y ni siquiera la caprichosa luna protestó ya que tuvo el tiempo suficiente para lucir su belleza a todo aquel que quisiera contemplarla.

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