viernes, 21 de febrero de 2014

Revoluciones.




Kiev, Caracas, Bangkok, anteriormente las llamadas "primaveras árabes"... todas tienen en común revueltas de ciudadanos que luchan por la derogación de un gobierno. Manifestaciones pretendidamente "espontáneas" que terminan, en muchos casos, con varios muertos y cientos de heridos. Peligrosos subversivos para los patriotas y héroes para los simpatizantes y asonantes. Todos estos lugares, que en su gran mayoría son para nosotros lugares en el mapa, nos cuentan que tienen gobiernos con un grado de corrupción tal que la protesta está justificada. Nos identificamos, automáticamente, con el horror de las imágenes sin saber muy bien qué ocurre realmente o quienes son los verdaderos motivadores de tales desmanes, pero da igual donde ocurra, siempre hay cierta conexión.

Durante años, en Europa, nos hemos visto como pacíficos, tranquilos, educados, civilizados, donde tales asonadas no podrían ocurrir ya que son cosas del pasado y somos países con un sentido de la democracia, real. Pero últimamente ha llegado, al sur, el fantasma de la pobreza, de la insidia, de la indignidad. Fantasma que nuestros gobernantes, desde todos lados, se han apresurado a poner nombre y apellidos. Ellos, los que vienen de afuera, los que no quieren trabajar, los que no tienen nada que perder porque nada tienen. Y poco a poco van señalando a los siguientes en la lista, los parados, los pensionistas, los dependientes, todos aquellos que viven de sueldos sacados de nuestros impuestos y que perjudican nuestra forma de vida, nuestro futuro, nuestro presente, nuestra democracia. Muchos dudamos de estas afirmaciones y pensamos que es la corrupción del estado, que también vive de nuestros impuestos, lo que nos lleva a estas situaciones. Que nuestros políticos preserven los intereses de otros y no los nuestros, nos indigna y nos pone, inmediatamente, en la picota para querer retirarlos para poner a otros. 

En los últimos meses escucho a personas recitar de memoria "el estado es una institución de hurto a gran escala, ya que nuestros impuestos sirven para que políticos roben a sus ciudadanos o los dilapiden de manera vergonzosa". Sin dejar de ser cierto, es importante saber que el autor de esta cita es nombrado hasta la saciedad por la otra parte, el poder. "Los servicios útiles que presta el gobierno, que están monopolizados por este, podrían ser suministrados en forma mucho más eficiente y moral por la iniciativa privada". ¿ Les suena?. El autor no es otro que Murray Rothbard, filósofo anarcocapitalista (bonito palabro que se ha inventado) que sostiene, entre otras cosas, que el hombre, en su natural ejercicio de la búsqueda de la libertad, tiene derecho a la propiedad privada y que es el estado el que merma ese derecho. Todo esto como si libertad y capital fuesen sinónimos y no antónimos. 

La teoría que nos han vendido y hemos comprado sin problema, es que pagamos impuestos para que los más débiles puedan ser arropados por el estado y tengan sus necesidades cubiertas, pagamos impuestos para tener servicios para todos, independientemente de su nivel económico. Todos creemos que esto debe ser una máxima, una obligación gubernamental y algo que la iniciativa privada jamás haría. El problema viene cuando se entiende que el dinero público no es de nadie, porque nadie es la consideración que tiene el poder sobre el pueblo, nadie que importe más que para la manutención del mismo poder, de sus consignas, sus productos y a su servicio. Lo que el poder nos da el poder nos quita, ya que nunca ha dejado de ser de su propiedad.

Pues bien, detectamos que el gobierno no nos sirve, que es corrupto, que está al servicio de otros intereses y lo muestran de manera descarada, chulesca. Vemos que todo el estamento político, desde lo más alto hasta los representantes de los pobres (sindicatos), están marcados. Aún así, seguimos empeñados en que sean los otros los que tomen las riendas. Quizá equivoquemos nuestras iras, quizá luchamos contra el poder que el poder ha puesto, es decir, el títere. Ese siervo bien pagado que es la política, al que tomamos como blanco de nuestras iras por que tienen cara, nombre y están ahí por nuestra voluntad y que al cambiar por otros,  en un alarde democrático y de transparencia, creemos modificar algo pero, ¿es así realmente?. 

El poder es el mayor lujo que uno pueda obtener. Significa estar por encima del bien y del mal, tener a alguien que obedezca, cuantos más mejor. No es para todos, no es democrático. Se puede creer que se accede al poder a través de la política, del reconocimiento público, confundimos fama con poder, pero lo que siempre reconocemos es a la economía. Sabemos que sin economía no hay poder posible, ya que el verdadero poder, el que está por encima de todos ellos es el Económico. Es éste, el que pone y quita gobiernos, el que hace fuertes a los partidos y los arropa con publicidad, medios de comunicación, el que dicta directrices, crea crisis y las arregla, crea leyes, territorios, corruptelas, hambres, muertes, dioses, revoluciones e ilusorias democracias. El poder es el sistema, el Sistema capitalista en el que vivimos y al que ninguno podemos renunciar porque ha creado la tela de araña perfecta. El poder es intocable y por lo tanto perdurable. No importa nada más que el beneficio que proporcionamos al poder, cuando eso no existe somos prescindibles. Nos han dado el dinero para acumularlo y acceder a la propiedad privada, la ilusión de que cuando más atesoremos, más nos parecemos a la idea que tenemos del poder, una estupenda estafa piramidal.

Lo peor de todo esto son los muertos de esas revueltas, los héroes, la sangre, que no sirven para nada más que para tener al poder entretenido, que cuando estos (le llamaremos derecha) no son útiles tenemos a otros para sustituirles ( pongamos izquierda) y son los huérfanos, las viudas, los amigos y compañeros de los muertos los que participan más activamente en esta alternancia. Una vez me contaron que para terminar con un árbol enfermo no solo es necesario arrancarlo de raíz si no tratar, también, la tierra que lo alimenta para que crezca, a partir de entonces, sano. Sabemos que eso, tal y como está todo esto estructurado, es imposible. Lo único que nos queda es detectarlo, saberlo y movernos en el estadio que nos ha tocado por nacimiento, escondernos entre la masa y ayudar para que haya las menores bajas posibles.

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